En el kitsch hay una mezcla de tiempos, un anacronismo hecho estilo (el gran ejemplo es una opera de Wagner). En ese sentido el nacionalismo catalán es kitsch de cabo a rabo, y en parte a esto debe su fuerza. En el actual episodio su historicismo le lleva a evocar a veces el Estat Catalá buscado por Maciá, con su exilio a Francia en 1923 bajo la Dictadura de Primo de Rivera, otras el brevísimo Estado catalán de 1934 (dentro de una República Federal española), y, siempre, la derrota de 1714 ante los Borbones. Pero en su actual gusto flamenco va más atrás, pues Flandes fue la mayor piedra en el zapato del Imperio español bajo los Austrias, y en Bélgica parece sentar bien cualquier desquite de los agravios que allí infligieron los tercios. Todo esto en España suena a chino, pues por aquí nuestra historia no tiene apenas visibilidad. Un motivo más para no entenderse ni como enemigos.