El origen etimológico del término ausencia procede de la palabra latina absentia, la cual puede traducirse como «que está fuera del lugar». Ausencia es la acción y efecto de ausentarse o de estar ausente. El verbo ausentar alude a hacer que alguien se aleje de un sitio, a desaparecer algo o separarse de una ubicación. La ausencia, por lo tanto, puede ser el tiempo en que alguien se encuentra ausente o la privación de algo y para la medicina es una supresión brusca, pero pasajera, de la conciencia.

Ayer, el II Marqués de Larios, Manuel Domingo Larios, se ausentaba temporalmente de su calle y de la Alameda Principal con una mirada tan decimonónica como melancólica. Observaba por última vez, ante su marcha para una etapa de restablecimiento prescrita a causa de la enfermedad del tiempo, el antiguo Salón de Bilbao -como también fue conocido durante una época- horadado por las obras de remodelación de este espacio, evocando en cada oquedad de este significativo paseo un sinfín de vicisitudes que hicieron de esta ciudad «la que todo lo acoge y todo lo silencia», como versa nuestro esclarecido poeta José García Pérez, una urbe donde colaboró de forma relevante en favorecer su modernización.

Cuando vuelva de su tan necesaria recuperación, ya no existirá la rotonda a quien dio nombre y su nuevo enclave le hará dirigir su porte contemplativo hacia la vía que edificó, una de las calles más elegantes del siglo XIX en España, la cual renovó a Málaga proyectándola hacia un devenir más distinguido.

Unos versos del libro Ausencias, del autor García Pérez, me sirven para disimular su partida: «Mira mi mano/ que busca en el montículo de dioses/ la huella de tu camino./Es abierta plegaria,/ ha vencido a la mísera materia». Buena convalecencia. Hasta pronto.