Falta de inteligencia emocional. Eso es lo que le ocurre a la Junta de Andalucía en relación a Málaga. «Falta de cariño». No lo digo yo. Lo dijo el alcalde, Francisco de la Torre, completamente en serio en el Gran Hotel Miramar el pasado jueves. Allí olía a una tarde en el Club Mediterráneo y a colonia cara. La prensa, bien apartada del estrado. Y todo el que tiene un carguito en la ciudad estaba sentado en torno a las mesas. Ellos, enchaquetados; ellas, de gala. Parecía la boda de un Rivera Ordóñez, pero no, era Málaga, la ciudad guay que sonríe, que recibe guiños de medios internacionales porque somos la leche turística y cultural. Falta de cariño. De eso acusó el regidor a la Junta en relación a la Ciudad del Paraíso, que diría Aleixandre, salvo cuando se dedicaba a escribir poesía machista, que era de vez en cuando. Menos mal que aquí tenemos tipos y tipas que saben ver el heteropatriarcado hasta en los versos del inmortal poeta sevillano. No me quiero desviar (Idígoras, todo mi apoyo; y como hay que explicarlo todo, el hecho de que apoye a Idígoras no quiere decir que esté a favor del término feminazi, de la resistencia que hay al feminismo, lo que se vio en la tormenta posterior de insultos a este movimiento, ni tampoco milito en las huestes del patriarcado y, si lo hago inconscientemente, me lo estoy mirando). Al final me he desviado. Falta de cariño, decía. Pues eso. El alcalde habló de inteligencia emocional. Eso es lo que le falta al Ejecutivo andaluz para con la capital de la Costa del Sol. No veo yo a José Luis Ruiz Espejo ni a ninguno de sus antecesores leyendo a Daniel Goleman. Igual algo de razón lleva el regidor, oye, lo digo por lo del metro, que nos tiene ahí abierta en canal la Alameda Principal, a punto de joder el nuevo recorrido oficial de Semana Santa. Hay quien dice que la caída del turismo se debe a las subvenciones que reciben las aerolíneas por despegar y aterrizar en Sevilla. Susana Díaz ve a Paco de la Torre preocupado, muy preocupado. Y el alcalde dice que ella no quiere a Málaga. Ni ella ni su administración. Podrían ir a terapia de pareja, igual por ser cargos públicos les sale más barato, como el café a los diputados nacionales. Allí podrían hablar de sus cosas, un intercambiador allí, un fuerte de San Lorenzo aquí, el Astoria, lo tiras tú, no te dejo, no; o sí. ¿Pero qué harás después con el suelo? Pues más usos comerciales y gastronómicos. Y Francisco Pomares mirando desde la esquina, que no sé cómo nada de inteligencia emocional, pero de autoestima anda sobrado («somos ejemplares»). Y, ya puestos, ahí, en el diván del terapeuta podrían hablar del edificio de Correos, ¿porque nos faltan hoteles de cinco estrellas, no?; o de la Torre del Puerto, que a ambas administraciones les gusta pero ninguna impulsa; o de los informes de Cultura que tardan tanto y luego se colapsa Urbanismo (al menos, el departamento de Disciplina Urbanística o como se llame lo está). O podrían directamente hablar, que nunca viene mal.