El desdichado discurso según el cual el objetivo esencial de una empresa es «crear valor para el accionista» debería ser revisado cuanto antes, en nombre de la moral social más elemental. Oí decir una vez al máximo dirigente de una empresa (que no profesaba esa doctrina) decir que su compromiso era con los accionistas, los trabajadores, los consumidores de sus productos, la comunidad en que se asientan y el medio ambiente. No siempre es posible cumplir con todos ellos, pero el desprecio absoluto hacia los intereses que no coincidan con la rentabilidad inmediata resulta inadmisible, y más todavía en el caso de empresas que no son competitivas tras haber desistido de hacer las inversiones necesarias para que lo sean. La UE debería empezar a ocuparse de estas cosas, antes de que aparezca un Trump europeo o nacional que alce esa bandera, lo que ya sería desdicha sobre desdicha.