Las palabras son generosas y sumisas; entregadas, castas, exentas, quedas, vírgenes, inocentes..., Y a veces insólitas. Revolotean ingrávidas por los recovecos de nuestro encéfalo, a su aire, hasta que el certero cazamariposas de la amígdala cerebral las alcanza y las convierte en intención. Y a partir de ahí, las palabras fluyen en escenarios que expresan, desde la eviterna intención de la sensibilidad brocada de un intenso beso, hasta la de la puntual vehemencia asesina de una puñalada. Y, entrambas orillas, los océanos infinitos de las sensaciones, la inteligencia la sensibilidad, la simpleza, la estupidez, la idiocia... son mares francos donde chapotean las intenciones de los locos y los cuerdos. Creo que fue Goethe quien nos legó aquello de que algunos sapiens solemos poner palabras donde faltan las ideas. Y yo, humildemente, amplío el pensamiento y añado «y a veces, donde sobra la malaleche». No, no son pocas las veces que sobra la malaleche porque faltan las ideas.

Si los hombres tomáramos plena consciencia de la mucha esclavitud que pueden aportarnos las palabras, la mayoría de los días amaneceríamos voluntariamente mudos. Y eso sería un descanso para todos, especialmente, si la grey política tomara buena nota de la mudez a la que aludo. A la exministra García Tejerina, a cuya señoría guarde Dios alejada de los micrófonos por largo tiempo, por su bien, solo por su bien, claro, le habría venido fetén lo de tomar nota de la mudez aquel día, porque con amigas como ella, don Juanma Moreno no necesita enemigos. ¿O sí, doña Susana?

Al hilo de lo escrito y a modo de ejemplo, recordemos lo qué ocurre con la palabra que define a los profesionales de los tejares, los tejeros, desde 1981. Desde el aciago 23 de febrero de aquel año, basta identificarla con un apellido para que se convierta en una aberración. No por las ideas atrapadas en la amígdala de aquel teniente coronel de infausto recuerdo, sino por lo que hizo con sus ideas cuando las convirtió en intenciones. Tejero dio pie y cuerpo al tejerazo y a la tejerada, que, francamente, sería deseable que no perduraran en nuestro idioma ni un minuto más, ni como gracejo siquiera. Hay cosas que mejor no mencionarlas, no sea que le avive seso innovador a algún descerebrado.

De igual manera, me consta cómo en algunos tejares asturianos -de todos es conocido el gracejo astur para usar el diminutivo- a los tejeros novicios en el oficio los denominan tejerines, definición esta que no hace distingos de género ni de sexo, sino que acoge en su seno tanto a los tejerines como a las tejerinas, como debe ser. Y me da que el mal tino de la exministra, salvando las distancias con el tejerazo y la tejerada, ha puesto en pie el tejerinazo y la tejerinada, como expresión de nesciencia, de torpeza, de extemporaneidad innecesaria y de falta de tacto y de gusto político.

Ni las políticas ni las estofas de perfil bajo justificaron nunca el aquí vale todo, y mucho menos los púberes paralogismos de la exministra aquel día. Tampoco su ausencia de filis el día de autos, cuyo resultado terminará declarando solemnemente abierta la era de las tejerinadas y los tejerinazos, para solaz y puesta a punto del ingenio de sus señorías y del respetable.

Neruda decía que se prosternaba ante las palabras, incluso ante las inesperadas. Y, a la par, las pelaba y las trituraba y las revolvía y las emperijaba y se las bebía y se las zampaba antes de darles suelta. Para don Pablo las palabras viejas dormían en féretros escondidos y las jóvenes en flores apenas comenzadas, y tenían sombra y transparencia y pelo de todo lo que se les fue añadiendo de tanto rodar por el río, de tanto transmigrar de patria... Pero, claro, para relacionarse así con las palabras había que llamarse Pablo y ser Neruda, que no es el caso de doña Isabel...

La palabra es un bien repartido entre el que habla y el que escucha, de ahí que no prestarle atención propicie que palabras inocentes truequen y se vuelvan peligrosas.

¡Ay, si Quevedo levantara la cabeza...! No quiero pensar en cómo reinterpretaría el maestro la conversación del aquel angelito rubio con su pollito/pollita en la mesa camilla, pensando en la exministra:

¡Ay, la que has liado, pollita...! ¡Hay que ver, pollita, la que has liado...!