No se debe trocear vivo a un periodista. Hay que decirlo porque la afirmación ya no es una obviedad. Los periódicos del mundo entero no lo gritan en sus portadas cada vez que pasa. Aunque ya apenas queden portadas ni gritos en los distintos formatos que contienen la información. Sólo mucho ruido y chillerío en vez de grito. Tampoco lo hacen cuando son apresados o secuestrados o torturados, aunque no los troceen vivos poniendo la música alta. Sólo les dedican el breve espacio en que casi no están en el periódico. Menos aún suelen ocupar en otros medios.

No se debe silenciar, de ninguna manera, a quien pretende contar lo que la sociedad debe saber y quien lo silencia no quiere que se cuente. Eso ha hecho con decenas de periodistas el mismo presidente turco Erdogan que ahora denuncia, a plazos y con previsible estrategia geopolítica, el asesinato del periodista Khashoggi por los sicarios de la temible monarquía saudí.

Tampoco se debe apoyar directa o indirectamente por razones económicas a quienes matan niños. No sólo por una mínima conciencia ética ante nuestros hijos o nuestro espejo, sino porque algún día los niños yemeníes o sirios que hoy matan esas bombas que lanzan quienes apoyamos serán nuestros niños (si es que no lo son ya todos los niños que son).

¿De verdad que opinar así es de inmaduros políticos? ¿No vemos los avisos que la realidad nos está escupiendo a la cara? Ahí está la profunda división social que están creando insólitos personajes mundiales como Trump. Alguien que, probablemente, ganará de nuevo, aprovechando esta anómala impavidez ante los peligros de grandes masas sociales que andan desconfiadas, respirando miedo a perder horas de alimentar su depresión en el sofá de su casa, aferradas a sus conocimientos básicos de las cosas para no enfrentarse a la más mínima duda en nada. Aquí en Europa están los Viktor Orbán y los Salvini, entre otros. Allí están esperpentos políticos como Maduro. O como Bolsonaro, que ha pasado de ser el estrambótico chimpancé del circo parlamentario a quien sólo un puñado de radicales echaba cuenta, a tener claras opciones de gobernar a todo un país como Brasil y, por tanto, de gobernar también a las mujeres y a los homosexuales a quienes insulta y desprecia tanto.

Y ahí está ese avión de Ryanair; esa microsociedad occidental encerrada en ese gran supositorio metálico. Ahí dentro está ese tipo insultando a voces a una anciana por ser vieja, discapacitada y negra. Esa cabina llena de pasajeros está ahí, en ese vídeo que muestra cómo a sólo dos personas parece preocuparles la mujer. Una pobre mujer a la que (ante la falta de empatía, la anómala impavidez, una vez más el miedo y el no hacer nada de los demás y, por tanto, de su complicidad) un azafato tuvo la cobardía (o también el miedo a que le despidieran o el infantilismo intensamente alimentado en nuestros días o la desvergüenza) de levantar de su asiento, permitiendo al opresor maleducado y supremacista seguir sentado en su trono. Y todos votan...