Prefiero escribir temprano, caliente todavía el café y los periódicos recién llegados, aún tibios, ojeados y hojeados convenientemente, aún a riesgo de que con ellos se me agríen el café y el humor, tan de mañana.

Me preocupan los compañeros que organizan las páginas, las secciones. A mi me abrumaría que la política invadiese la sección de sucesos. No es que sea una novedad, que la política siempre se ha acercado mucho a lo truculento porque acaba sacando lo peor de mucha gente. Es probable, aunque nunca he estado muy seguro, que sea noble morir por unos ideales, pero de lo que estoy absolutamente convencido es de que nada hay más innoble que matar a alguien por sus ideas.

Así que no sabría dónde poner que Sánchez y Casado, ese par de gemelos, hayan roto relaciones como rompen las parejitas en los parques. No se han dicho "devuélveme el rosario de mi madre" porque nos hemos vuelto muy sosos y ya no se llevan estas cosas, pero a uno no le ha gustado que el otro le llamase golpista y le ha retirado la palabra. Hay demasiado trazo grueso en el insulto, es cierto, demasiada crispación en un momento de nuestra historia en el que nos haría falta gente más serena, más sensata, más dispuesta al bien común. No sé si habrá algún máster sobre esto, tendré que mirarlo.

Unas páginas adelante me conmueve la muerte de Khashoggi y me doy cuenta, otra vez, que es muy fácil descuartizar a un periodista. Se empieza por los artículos y se sigue luego por los verbos, por las verdades que incomodan. Después se mete todo en una bolsa y se tira lejos, y si es necesario se hace el paripé del pésame a la familia, todo muy de Estado, todo muy digno.

Y me estremece la cadena de paquetes-bomba que circularon por Nueva York, esa ciudad que amé antes de verla y que amo mucho más después de haberla visto. Tenían como destinatario a algunos demócratas, esos políticos estadounidenses que allí la gente cree que son de izquierdas, y también a la CNN, esos periodistas incómodos que no le gustan al amo Trump, que no les dirige la palabra, hombre, qué casualidad.

Y en escribir de estas cosas se le va a uno parte de la mañana, y se le enfrían el café y los periódicos y los ánimos, y la vida sigue (como siguen las cosas que no tienen mucho sentido, según Sabina), y yo me acuerdo de Umbral, quien me aconsejó una vez que, de tanto en tanto, hiciese "una columna lírica, muchacho", y la busco, la busco, pero es que los sucesos y la política no tienen lírica, o tan poca que no daría para una columna completa, Paco, hombre, sobre todo cuando acaban siendo la misma terrible cosa y parece que anuncian otra vez tiempos terribles.