Los americanos son unos tarados, o, al menos, es la idea con la que nos bombardean una y otra vez los medios españoles, que se erigen sin el menor atisbo de prudencia o sonrojo en jueces y parte de un proceso democrático ajeno. Que Donald Trump es un personaje detestable no escapa a nadie, pero no es menos cierto que se trata de un multimillonario que ha sabido multiplicar sus activos, ganar unas elecciones presidenciales en la primera potencia mundial, derribar la arcaica endogamia partidista, quitar la razón a todos los estrategas y analistas políticos del mundo, ser el protagonista durante años de uno de los programas de televisión más vistos, lograr la designación con mayoría republicana en los jueces del Tribunal Supremo, y conservar la ventaja en el Senado norteamericano. Para conseguir eso en un país que ha elegido democráticamente a todos y cada uno de sus 45 presidentes desde 1789 (aquí nosotros calladitos) debe tener algo de mérito. Pero no. Nosotros damos clases de democracia y superioridad moral a una nación que supo sobreponerse a una guerra civil y al crack del 29 para reconstruirse en un país unido, orgulloso de su pasado y de sus símbolos, y de todo aquello que les hace poderosos. Y esto no sólo lo digo yo. También lo afirma el diplomático Inocencio Arias, antiguo embajador de España ante las Naciones Unidas y nada sospechoso de adorar a Donald.

Por el contrario tenemos a Barack Obama, su antecesor, el santo negro y demócrata que, a pesar de ser el presidente que más ilegales ha deportado en la Historia de EEUU y el que más vuelos tripulados y drones de carácter bélico ha enviado fuera de sus fronteras, cuenta con el beneplácito de la prensa mayoritaria y todo se le perdona. A las pruebas me remito, el oligarca e intrigante George Soros reconoció en una entrevista reciente que Obama ha sido el candidato de todos los que ha financiado que más le ha decepcionado por su ineptitud e ínfulas de poder. Pero no pasa nada. Yes, he can.

No defiendo a Trump, pero sí defiendo que la imagen de Trump que nos han transmitido difiere bastante del megalómano bobalicón y pendenciero que nos han vendido. Estos días se acerca a pie la marcha humana de emigrantes latinos que avanza imparable por tierras mexicanas y tiene la proa apuntando a la frontera de EEUU, y la respuesta de Trump, aunque deleznable, es la anunciada en su programa electoral. Ni ha mentido ni sorprendido con un giro de guión. Es la misma promesa por la que fue elegido ganador, porque los norteamericanos son muy de arrimar el hombro si la mitad del planeta es destruido por un asteroide o por una invasión alienígena, pero se muestran menos humanitarios cuando el invasor tiene pinta de sudamericano, anda como un árabe o habla castellano. Y eso que, sólo en Manhattan, conviven 96 idiomas diferentes. El problema de toda inmigración incontrolada, pensará Trump, es que se te cuelen quince indeseables sarnosos por Texas y se camuflen en Wisconsin, viviendo de okupas, y cualquier noche abusen entre todos de tu hija y apuñalen al novio por defenderla. Pero no teman, esas cosas sólo pasan allí.

Trump miente, nos dicen como quien descubre la pólvora. Pues claro, nos ha jodido mayo con las flores. La mentira es la amante de la política. Pensar que un político dice la verdad es tan infantiloide como creer que los bancos pagarán el impuesto de las hipotecas sin repercutirlo al cliente. Muy bien lo definió Don Miguel Ángel Torres, juez instructor de la Operación Malaya, en sentencia dictada en otro proceso cuyo texto traje a esta columna hace unos años y que hoy rescato. Atención: La mentira o la falta de escrúpulos para un político no es delito, pues, si todos los políticos que mintieran fueran condenados, la lista de personas con antecedentes penales sería interminable y con las multas impuestas se paliaría el déficit público. Más claro, agua.

En fin. Las americanadas, los políticos y la madre que los parió. Por cierto, si alguien sabe para cuándo es la multitudinaria manifestación feminazi en apoyo a la chica agredida en el metro de Santa Coloma que me avise, para juntarnos todos en armoniosa comunión fraternal, encender miles de velas, cantar a coro el Imagine de John Lennon y gritar salves a la horca. Aun estoy esperando.

Tan racista y desquiciado es Donald Trump, como quien no condena una agresión sexual por el origen de sus autores.