La otra noche en el debate de TVE me pareció ver un edredón. Tenía frío, estaba en el sofá algo aterido, había agotado el Borsao, que al menos a la garganta y al estómago le proporciona gran calidez, y tal vez por eso pensé en edredones. En un sofá, en invierno, se está mejor con un edredón, donde va a parar. El edredón es la versión sofisticada de la manta. A lo que vamos. El edredón era la bandera de Andalucía. Y allí estaban Teresa Rodríguez y Susana Díaz, cada una a un lado, a un extremo, tirando de la manta, del edredón, de la bandera de Andalucía. Temiendo uno y la otra quedarse a la intemperie, al frío que da no tener banderas ni banderías; Andalucía para mí, Andalucía soy yo, Andalucía es mi tierra, y la mía. Un enorme manto blanquiverde se veía figuradamente en la pantalla por el que ambas pugnaban. Rodríguez, la líder de Andalucía Adelante, logró incomodar mucho a la presidenta. Y robarle el discurso andalucista, apelando constantemente a que se dejara de hablar de Cataluña y señalando lúcidamente que el verdadero problema de España es Andalucía, o sea, la desigualdad, la discriminación. Los bajos salarios que padecemos en comparación con el resto de España. Fue el discurso más emocional, no tanto emocionante, de todos, el que logró sacar los colores (rojos, esta vez, no blanco y verde) recordando que tanto Ciudadanos como el PP y el PSOE se negaron a que los parlamentarios no cobraran dietas cuando no hay sesiones parlamentarias. Por ejemplo.

Marín y Bonilla por su parte, que son más de edredones rojigualda, no peleaban, como se esperaría, por ver quién era más español, y sí por ver quién era más conservador y menos apegado al socialismo. Cada vez que el líder del PP hablaba de corrupción daba cosilla. Bonilla se llevó una camioneta de papelajos con los que intimidar al susanismo. El más abrumante fue el cartulinazo en el que se enunciaba la cifra de presupuesto que ha manejado ya Díaz en estos años. Y cada vez que Marín decía que no apoyarían al PSOE daba sonrojo. Susana Díaz fue una y otra vez contrariada. Sobre todo por Rodríguez:

-Me corta cuando pongo el dedo en la llaga.

-No, cuando mete la pata.

El tópico dicta que los periodistas digamos que los debates son insulsos y una sucesión de monólogos. El corrector quiere escribir insultos en lugar de insulsos. El corrector está díscolo y quiere protagonismo en estas crónicas electorales, crónicas que corregirá el futuro o el destino o a las que tal vez dé la razón el porvenir. Pero este debate sí tuvo algo de mordiente, por mucho que la enfermedad que lo aquejó, como a todos, fue esa ortopedia de bloques temáticos y ese segar las réplicas con el argumento de que los tiempos están tasados. Se da así el estrambote de no poder contestar una alusión o pregunta. La gran pregunta, hábil e inteligentemente repetida por Díaz, fue si Ciudadanos y PP pactarían con Vox. Una cuestión inquisitorial pero necesaria que no obtuvo respuesta. Los líderes conservadores la rehuyeron, a la pregunta no a Susana, como el gato cojo que rehuye un manguerazo de agua helada. Ya no habrá más debates. Volveré esta noche al sofá. Habrá series y no política. En ocasiones veo edredones.