A medida que se acerca el fin de año, la motivación por los nuevos objetivos y retos comienza a resurgir «de palabra», aspirando a cambios tan radicales y bruscos que como bien decimos, ahí se quedan, en el aire. Es aconsejable hacer un análisis del año, considerar y reflexionar sobre las cosas buenas y malas, sensaciones, sentimientos, qué nos hemos dejado sin hacer y por qué, y hacia dónde decidimos ir en su momento y dónde nos encontramos actualmente. Un feedback por escrito sobre el año vivido. Es muy importante que se haga por escrito.

Tras el auto-análisis es importante definir objetivos y antes de decidir tenemos que tener claro que han de ser:

Concretos: Debemos redactarlos de manera específica para poder identificar y definir claramente lo que deseamos conseguir. No vale escribir: «Voy a recuperar las asignaturas suspensas o voy a estudiar o entrenar más». Habría que hacerse un horario y aumentar las horas de trabajo o estudio.

Medibles: Si queremos saber si estamos mejorando y en el caso de no mejorar poder cambiar de estrategia es reconociendo los objetivos como medibles. «Estudiaré todos los días de 20 a 21.30 horas». «Voy a salir a andar 50 minutos cada mañana y me apuntaré a Pilates los lunes, miércoles y viernes de 20 a 21 horas». «Realizaré 200 tiros diarios». «Correré 30 minutos cada martes y jueves».

Alcanzables: Los objetivos deben ser realistas teniendo en cuenta que en ocasiones no solo dependen de nosotros. Querer ir a la NBA estando en categoría júnior, querer ser el fisioterapeuta de Rafa Nadal, aprobar las oposiciones habiendo estudiado dos meses, ganar los próximos Juegos Olímpicos entrenando 10 horas a la semana o ganar 5.000 euros en tu primer puesto de trabajo son objetivos muy complicados y quizá imposibles. Los objetivos deben estar dentro de tus posibilidades, cada uno tiene las suyas.

Deben estar organizados en tiempo y espacio. De esta manera ganaremos en organización y gestión del tiempo, sabremos priorizar y mantendremos la motivación por seguir consiguiendo lo que nos proponemos. La ausencia de tiempo puede provocar poco compromiso, olvido, relajación, etc...

¿Cómo podemos saber si estos objetivos nos motivan?

Analizar si nos merece la pena hacer el esfuerzo que vamos a hacer en relación al trabajo que vamos a realizar.

Pensar si el trabajo al que nos vamos a comprometer nos va a generar una recompensa deseada que nos haga sentir orgullosos y tranquilos.

Preguntarnos si la recompensa o el objetivo satisface una necesidad importante

El deseo debe ser lo suficientemente fuerte como para que el esfuerzo merezca la pena.

Este proceso de análisis motivacional es un proceso cognitivo llamado «Teoría de la Expectativa» y debe hacerse antes de tomar la decisión final. Las personas decidimos actuar de determinada forma en relación al resultado final que queremos conseguir.

Es importante aceptar limitaciones, debilidades y dificultades y decidir en cuáles invertiremos más tiempo para disminuirlas, teniendo en cuenta el tiempo que también debemos invertir en nuestras fortalezas.

El esfuerzo realizado no solo genera resultados o rendimiento, también genera valores como la constancia, la responsabilidad, el compromiso, la fuerza de voluntad o la confianza.

*Alba López es psicóloga deportiva y entrenadora