En las noches frías de enero, efectivos de la UME, unidades de la Guardia Civil, cuerpos de bomberos y la brigada asturiana de Salvamento Minero se enfrentan a la ira del agua en la cornisa cantábrica, la dureza de la cuarcita en el Cerro de la Corona y a las innumerables incidencias que despliegan su furia a lo largo y ancho del territorio nacional.

Son todos ellos profesionales bien instruidos, con la complexión física adecuada para hacer frente a emergencias, con una disciplina admirable y con una fe inquebrantable para llevar a buen fin la tarea encomendada. En ese espejo fijan su mirada los españoles capaces de sentir orgullo al observar al Estado en acción.

En esta ocasión, los ocho mineros de la Brigada de Salvamento han mostrado sus credenciales, saltando por encima de vetustas críticas, que nacen de la incomprensión ante reconversiones complejas, de la creencia en privilegios inexistentes y de injustas consideraciones sobre el sector de la minería de carbón, para el que se ha intentado una transición de justicia social, con remedios de mayor o menor eficacia.

En la durísima postguerra, los españoles se pudieron calentar gracias, sobre todo, al carbón asturiano y leonés, extraído por hombres recios, que pelearon sin cuartel para la extracción del mineral, siempre con muchas dificultades y muchas veces con pérdida de vidas humanas.

Los ochos mineros asturianos ataviados con un hacha, una pala y un martillo neumático, no se han considerado héroes, sino simplemente parte de un equipo. En un espacio muy reducido, con la montaña marcando el ritmo de trabajo, han encontrado zonas de extraordinaria dureza, que han exigido voladuras controladas, y, como resumen de un esfuerzo descomunal, se han limitado a decir «todo va bien».

El filósofo vasco Javier Gomá, que define la dignidad como una realidad moral, lo desarrolla como «aquello inexpropiable que hace al individuo resistente a todo, incluso al interés general y al bien común; el principio con el que nos oponemos a la razón de Estado, protegemos a las minorías frente a la tiranía de la mayoría y negamos al utilitarismo su ley de la felicidad del mayor número».

En un paisaje incandescente, casi lunar, la dignidad se ha impuesto a la indiferencia de la que han hecho gala quienes dan la espalda al Estado, mostrando la ausencia de una mínima empatía. Pero frente a la indiferencia o incluso el rencor de los menos, un país conmovido ha estado pendiente de una hazaña realmente muy española.

Frente a la indolencia, han ganado, como suele suceder, los más valientes, en silencio y con una profesionalidad llevada al límite en cada una de las secuencias de la tarea de intentar salvar a un niño de dos años, o de recuperar, al menos, su cadáver.

Los componentes de la Brigada de Salvamento Minero: Sergio Tuñón (ingeniero jefe), Antonio Ortega (ingeniero técnico) y los especialistas: Lázaro Alves, Adrián Villaroel, José Antonio Huerta, Jesús Fernández y Maudilio Suárez, han encarnado al Estado al enfrentarse a la montaña, haciéndolo con ese lema que les marca: «Ningún minero se queda en la mina».

Orgullo legítimo el que, con modestia, han brindado esos hombres subiendo y bajando sin descanso en una jaula ascensor elemental, sin atisbo de protagonismo y con determinación, durante doce días y doce noches.

La dignidad está relacionada con la excelencia, la gravedad y el decoro de las personas en su manera de comportarse. En definitiva, se trata de un agregado de elevada moral, sentido ético y acciones honrosas.

Esas son ciertamente las virtudes que han desarrollado guardias civiles, bomberos y mineros, junto a centenares de voluntarios que no han reparado en esfuerzos para finalmente recuperar el cuerpo del pequeño Julen.

Los mineros y Guardia Civil, en la última milla del rescate, han sido protagonistas, con abnegación y riesgo, de una operación con una complejidad sin precedentes, en la que ha habido que trabajar sin escatimar medios, pero en condiciones extremas.

En ningún momento reinó un instante de euforia, nadie alzó la voz, todos estaban procurando un resultado inminente, al que no quedó más remedio que oponer una resignación imperturbable.

Tiempo habrá, a partir de aquí, de aclarar las circunstancias que han rodeado este desgraciado suceso, que ha ocasionado un despliegue tan amplio. Requiere particular atención la deplorable existencia de innumerables pozos ilegales y abandonados, sin señalizar ni sellar.

Sin Julen, nos queda la dignidad de los mineros, grabada en el alma de quienes hemos vivido con intensidad el rescate de su cuerpo.