El alcalde de Málaga ha abierto su whatsapp al pueblo malagueño, haciendo de este medio un canal para conocer de primera mano las propuestas, ideas y ocurrencias de los contribuyentes, a los que ahora se les quiere poner cara de ciudadanos, como en toda víspera electoral.

No es la primera vez que este alcalde abre canales directos con la ciudadanía, con modernidad de padre enrollado, más allá de las coles, las berzas y las caídas en bicicleta. Recordemos los opinómetros, aquellos veinticinco aparatos que trataban de recabar información de tendencias demoscópicas, doscientos mil euros procedentes del Plan II de Zapatero allá por el 2010 que había que gastar en algo y que, posiblemente, ahora ocupan un puesto de honor en algún almacén municipal. No supimos entender el mensaje: el alcalde nos quería humanos y cercanos.

Por eso no debemos malograr de nuevo esa aspiración. Es nuestra obligación cívica y nuestro deber ciudadano mantener vivos los canales de comunicación para que el alcalde se sienta útil, así que ya estamos tardando en agregarlo al grupo de la despedida de soltero de tu primo, al de las comidas del primer jueves de cada mes, al de la peña de la euromillonaria, al de la pachanga de Pidal y al de la República Victoriana. Hay que preguntarle si al final ha mandado el dinero para la reserva de la casa rural y si vamos a subir a Sierra Nevada o no. Que alguien le mande alguno de esos hilos terroríficos que si no se los reenvías a siete usuarios te caen las más terribles maldiciones. Cargad la mano en las fotos de «Buenos días», «Feliz lunes» y demás quincalla motivacional, que, como las pipas de girasol, alimentar no alimentan, pero mira que entretienen. Hacedle caso: el alcalde se siente solo y eso no está bien.