El ser humano, de forma instintiva o racional, se mueve entre la solidaridad y el egoísmo, transitando desde la espiritualidad en los momentos de crisis, al materialismo en tiempos de prosperidad. El economista Schumpeter señalaba que el capitalismo no fracasaría por su falta de eficacia sino por su falta de mística, pues los individuos necesitan identificarse como solidarios.

Entre estas tensiones, la Unión Europea ha ido construyendo, con enorme esfuerzo colectivo e individual, un estado de bienestar que atrae a personas de otros ámbitos culturales y geográficos. Pero, ante las dudas sobre la sostenibilidad de este bienestar, trata de establecer reglas que eviten el déficit y el creciente endeudamiento. Claro ejemplo ha sido el mandato de que las Constituciones de sus naciones establezcan el “equilibrio presupuestario” como la piedra angular de un crecimiento sostenible.

Los europeos se han sacrificando por un futuro mejor a través de dos vías básicas. Una personal y familiar, en la que sus esfuerzos van dirigidos a dejar a sus descendientes un patrimonio educativo o material, y otra colectiva, basada en un esfuerzo solidario a fin de atender la demanda de bienestar en sus territorios, en línea con lo que las distintas Constituciones de los países de la Unión establecen, la “obligación de todos a contribuir al sostenimiento de los gastos públicos de acuerdo a la capacidad económica”.

Pero en este estado de cosas, aparece un elemento que parece distorsionarlo todo, un cierto populismo. Determinadas formas de acción política están aprendiendo que la democracia actual les posibilita llegar al poder y permanecer en él, a través de ofertas atractivas que no tienen por qué cumplirse. Y lo más increíble, es que no se hacen responsables de estos incumplimientos y tan solo buscan ser políticamente correctos para soslayar la fuerte presión que las redes sociales y los medios de comunicación ejercen sobre votantes y candidatos. Pareciera que nuestra democracia esté ofreciendo de una especie de hemiplejia similar a la que hace cien años anunciaba Ortega y Gasset.

De esta manera, nuestros anteriores sacrificios, individuales y colectivos, serán fagocitados por el coste de la deuda que dejarán quienes creen que el “dinero público no es de nadie”, incrementando la penosa situación económica que heredarán los gobiernos del mañana, que se verán obligador a aplicar “recortes no deseados” para evitar la quiebra dejada por el político gastador compulsivo de hoy. Y ante la caótica situación que dejarán en herencia estos políticos manirrotos, observaremos la osadía de estos, en denunciar desde la oposición los recortes que se verán abocados los gobiernos que le sucedan. Dice un refrán que “A padre guardador, hijo gastador”, y yo adicionaría,” y a la inversa”.

La simplificación de lo complejo, el mundo competitivo del noticiero, las innumerables tertulias políticas mediatizadas, la velocidad con la que se originan y consumen las noticias en un mundo globalizado donde las empresas de comunicación ganan dinero de estas, el uso aceptado de la mentira y los desequilibrios entre territorios fronterizos, entre otras cuestiones, está generando en la Unión Europea una especie de “democracia hemipléjica”. Los británicos están ahora atrapados por haber ejercido un supuesto derecho a decidir. Una clase política temeraria, incapaz de resolver los problemas creados entre sus facciones partidistas, decidió trasladar a los ciudadanos la solución de sus propios problemas, y que fuesen estos quienes resolvieran un dilema imaginario e imposible, sin valorar las profundísimas repercusiones culturales, sociales, económicas, políticas, humanas e históricas. El filósofo francés Bernard Henri-Lévy, señala que “no se puede responder sí o no en referéndum a siglos de historia, de memoria y de vínculos”.

También en España hay políticos que piden un referéndum para cambiar la historia, manipulando de forma sectaria e impúdica la memoria y los vínculos solidarios entre personas y colectividades, mediante una estrategia planificada y generosamente pagada, adoctrinando desde las aulas a quienes en el futuro continuarán con la exigencia de un “derecho a decidir” que ningún sistema político constitucional recoge, tampoco el propio borrador de proyecto de Constitución republicana elaborado por los secesionistas, en aquello de “consejos vendo que para mí no tengo”.

Mientras, los nefastos efectos del “gastador compulsivo del dinero público”, la falta de una solidaridad real y sostenible, desenmascarando aquella otra “populista y publicista”, las tensiones territoriales tejidas con precisión y simulación por separatistas, junto a la ausencia de políticas económicas que hagan crecer el empleo de calidad como eje nuclear de la sostenibilidad de las cuentas públicas, las generaciones futuras no tendrán posibilidad de obtener un empleo y una calidad de vida similar a la que tuvieron sus mayores. Es necesario pues, que quienes dirigen la política y administran la economía, tomen conciencia de que existen esta enfermedad y que deben ser curada, curar la hemiplejia, salir de la parálisis. No merecemos políticos que comprometan el futuro de nuestros descendientes con niveles de endeudamiento insostenibles, en un juego perverso de “invito yo pero vas a pagar tú”.

* Juan Manuel Ruiz Galdón es profesor de la Universida de Málaga. Economista