Ahora mismo habrá alguien leyendo un ejemplar de La Opinión de Málaga. Tal vez en casa, con un café, disfrutando de una crónica deportiva. Habrá alguien metido en la web también, quizás en la oficina, en la playa o el parque, poniéndose al día de la actualidad municipal o política. Siempre me ha gustado imaginar cómo afrontan los lectores nuestro trabajo, qué sensación les produce. Resulta altamente seductor saber que existe ese vínculo. No exagero si tildo de mágica la experiencia que produce ver a alguien que lee nuestro trabajo. Que lo ve, porque ahora también hacemos videoanálisis, videoblog, fotos, bueno, más fotos, quiero decir. Son ya veinte años escrutados por los malagueños. Escrutándonos mutuamente. Asistiendo a cambios. Ojalá les hayamos servido. Más de siete mil números, miles de jornadas también en las que la web abre sus persianas si es que alguna vez las echa. Veinte años produciendo contenidos, entrevistando gente, croniqueando la actualidad, reflejando lo que pasa, opinando sobre Málaga y el mundo, y un equipazo humano haciendo todo eso, como un buque sólido al que sí, alguna vez le han chirriado las cuadernas, que es lo que les pasa a los buques que no se arredran a la hora de atravesar las tormentas, pero que las ha atravesado.

Un periódico que trata de vender lo que publica y no de publicar lo que vende. Comprometido. Objetivo pero no neutral con las causas con las que merece la pena identificarse. Un periódico que fue dirigido por el inolvidable maestro Joaquín Marín primero, y en dos etapas; por Tomás Mayoral y Juande Mellado después y por José Ramón Mendaza actualmente, tipos cabales, profesionales honestos y amigos con los que ha sido una suerte compartir vivencias en algo tan singular como una redacción, que es un hábitat peculiar que da anécdotas a diario, momentos olvidables e instantes que se prenden en el alma de uno para siempre y que siempre lo acompañarán. Compañeros que son amigos, cosa que podría decirse también a la inversa. Miles de días de compartir emoción con decenas de ellos, que están y que no están ya; emoción por un titular, gozo por un éxito, decepción por un fracaso, euforia por una exclusiva, cafés, cervezas, madrugadas y amaneceres. A veces tiene uno la sensación de haberse dejado aquí no una vida y sí la vida. Veinte años es poco pero dan para mucho. No es toda una vida pero cabe mucha vida en tanto tiempo, más que suficiente para que hayamos visto, y contado, cómo ha permutado la sociedad.

Mucho ha pasado en estos veinte años. El periódico veía la luz para romper un monopolio informativo. Para ser una nueva voz. En una provincia cuya capital carecía de museos de entidad, de hoteles presentables, de restaurantes de alta calidad, de palacio de congresos, de alguno de los barrios modernos que parece que llevan ahí toda la vida. Carecía de varios de los señeros paseos marítimos actuales. Incluso Málaga estaba despojada de adecuadas circunvalaciones y accesos. No había zonas verdes ni parques de entidad salvo uno, llamado precisamente así, El Parque, sin nombre, dando a entender que solo hay uno. No nos acordamos pero era así. No es que fuera un páramo, año 99, pero sí es verdad que en la liga de las ciudades Málaga no estaba precisamente para jugar la Champions, tal vez ni siquiera para mantenerse en Primera, y eso que el alcalde Pedro Aparicio, tan añorado, hizo una ingente labor de modernización de ella durante su mandato (79-95). Asfaltó un altísimo porcentaje de calles. Ahí es nada. Mucho ha pasado y La Opinión ha estado ahí para contar, y contribuir, a ese despertar, a esa eclosión, a esas crisis brutales también. Asumiendo a veces el riesgo de ser un testigo incómodo.

Lo mejor está siempre por llegar. Siempre habrá algo que contar y alguien dispuesto a leerlo. Alguien dijo que las mayor parte de los males del hombre le vienen o suceden por no saber estarse quieto en la cama. Es tentador eso de la cama, pero para la mayoría resulta más atractivo salir a la calle a encarar el mundo. Nosotros estamos para contar el resultado de ese choque, deseando que sea feliz. No tentados por la inacción y sí por servir a la comunidad, a los lectores, a la verdad. Espero que esté usted feliz, querido lector, con este texto en las manos. Tal vez en la playa, el parque, la oficina o la cama. Nos vemos mañana.

*Jose María de Loma es redactor jefe de La Opinión de Málaga