Me reconozco analógico. No desprecio ni renuncio a las bondades y ventajas de este mundo digitalizado y digitalizante, pero me siento cómodo todavía en el territorio del papel. Bien sean libros o periódicos, me gusta el tacto y el olor del papel. Me gusta el pasar de las hojas y su sonido. Pocos placeres como el de comprar por la mañana los periódicos 'sin estrenar' y sentarse a leer con un buen café delante. Lo confieso, en esto me temo que soy posiblemente uno más de una especie a extinguir. Ello no quita para que también acceda a la prensa por internet, pero en contadas ocasiones, aunque incluso en la pantalla prefiero leer la prensa, cuando se puede, en formato periódico.

En un mundo saturado de información, ya no es sólo la noticia, la información lo que busco. Quiero el aprecio y el calor del recuerdo amigo, del tiempo demorado, el olor a café, la memoria de lo que ya no es, la presencia de los ausentes. La opinión del amigo, la discrepancia razonada, llenar mi tiempo con las palabras. Encontrar razones para entender o al menos para intentar comprender. En el reino de las noticias falsas (no se preocupen, no, no voy a utilizar el dichoso anglicismo) la prensa en papel aún me transmite la confianza de la noticia veraz. Ciertamente uno debe saber qué lee y a quién lee, no debemos ser en eso excesivamente ingenuos pero, a pesar de todo, la prensa escrita, si uno «sabe leer», es el canal de información más fiable.

La prensa libre, ya sea en formato papel ya en formato digital, es absolutamente imprescindible. Ahora más que nunca. La prensa libre ha conformado la sociedad en la que vivimos, con todas sus carencias y defectos, pero sin duda una sociedad mejor, más libre y menos injusta que la que a nuestros antepasados les tocó vivir. En un momento como el actual lleno de zozobras e incertidumbres, el papel que debe jugar la prensa libre es imprescindible y fundamental. La información rigurosa y la opinión certera son pilares fundamentales para sostener la brújula de una sociedad que no quiera perder el norte.

Por eso y por mucho más (aunque suene demasiado a Julio Iglesias y no es un meme) creo que es de celebrar que un periódico celebre su vigésimo aniversario. Veinte años de vida, veinte años informando, dos décadas opinando. Las opiniones son las de cada cual y unas gustan más que otras, faltaría más, pero si están bien escritas, si tienen sus razones y se aportan con respeto y rigor todas son respetable y contribuyen a tramar esa urdimbre que hace a una sociedad mejor. Tengo en La Opinión muchos y buenos amigos, algunos de antiguo. Algunos otros de demasiado antiguo, así que casi mejor no dar nombres. Dicen por ahí que no es posible desempañar funciones institucionales y ser amigo de un periodista. Probablemente sea cierto, no diré yo que no, la verdad. Pero también es cierto que, al menos por ahora, no puedo quejarme de la relación que tengo con 'mis amigos' en La Opinión. En cualquier caso, soy muy consciente de cuál es su profesión y sus obligaciones y también soy muy consciente del difícil mundo en el que se mueven y lo complicado que está el escenario. Por eso, como decía, quiero sumarme -modesta pero atrevidamente, ustedes me sabrán perdonar- a todos cuantos nos alegramos de que estén celebrando este aniversario y espero que puedan celebrar otros veinte o más años, y yo que los pueda leer.

*José María Luna es director de la Agencia Pública para la Gestión de la Casa Natal de Picasso y otros equipamientos museísticos y culturales