En el formidable «Diario (una novela)» de Chuck Palahniuk, los compradores de las segundas residencias se encuentran, al llegar el verano, con que han desaparecido habitaciones. Supongo que una sorpresa semejante se llevarían las golondrinas que cada primavera visitaban el alero sobre la ventana de mi cocina al ver que su compacto nido de barro se ha esfumado. El pasado año había ocurrido algo así debido a un vicio de construcción en el nido, que en pocos días ellas lograron reconstruir, pella a pella. Este año, en cambio, me temo que se trata de medidas de mantenimiento de la parte humana de los ocupantes del edificio (ellas también lo eran), y que la cosa ya no tendrá arreglo. Lo siento de veras, pues me emocionaba su presencia y la impecable convicción con que hacían la vida, y sólo me consuela (por decirlo así) un íntimo pensamiento sobre la simbología de esa ausencia.