Ya está aquí, ya llegó. El refranero podrá referir todo aquello que se le antoje pero yo les juro por lo más sagrado que, en los casi cuarenta años de vida que, de momento, me han sido concedidos, todavía no sé si por estas fechas resulta más conveniente quitarse el sayo o dejárselo puesto. El cuarenta de mayo y sus aledaños comparecen una vez más como época de irremediable incertidumbre atmosférica. Mi madre siempre ha dicho que son días de «ponerse y quitarse» pero a mí, que soy «ligero de equipaje», como diría Antonio Machado, nunca me ha gustado llevar ninguna prenda colgando del brazo, atada en la cintura o echada sobre los hombros. Pero claro, como estas mañanas, tan insólitamente pronosticables, se alzan como la más clara manifestación climatológica de la controvertida Ley de Murphy, al final resulta que si llevo algo de abrigo me lo tengo que comer aunque al mediodía me caigan goterones de sudor como puños; y si no lo llevo, a la postre, también se le mete a uno el frío en el cuerpo. Susto o muerte, como decía el otro. La cuestión, como ven, no es tanto de saber como de acertar. Como ustedes ya sabrán, les recuerdo que a este insalubre caos atmosférico, algunos, sobre todo los centros comerciales, vienen a denominarlo, de manera claramente eufemística, entretiempo. Y todo sea por sacarle rendimiento económico a aquella máxima ancestral, también tan de madre, de «échate una rebequita que luego refresca». Y así andamos, con escaparates que ofertan esa tibia e insulsa pluralidad de medias tintas que vienen a tomar el nombre de rebequitas, jerseicitos finos o, ¡ay Dios mío!, polos de manga larga. También he llegado a ver por ahí americanas de papel cebolla. Pero vaya, no se crean que la trama concluye con este ligero muestreo de pequeñas variaciones termostáticas. La vida de pareja también se resiente. El entretiempo viene a demostrar, más que cualquier otra cosa, la gran falsedad que se promulgó por boca de quien, por vez primera, soltó aquella gracia de «los que duermen en el mismo colchón son de la misma condición». ¡Ja! Lo dificulto. En mi casa, por las noches, ya ha comenzado la última temporada de la serie «quita la colcha que ya hace calor, deja la colcha que aún hace frío». En cualquier caso, ya saben que la mejor opción para no discutir es mantener la colcha y graduar la temperatura corporal dejando al descubierto una de las piernas, en mayor o menor medida y según precisen. Pero aguarden, que la canción tampoco acaba aquí. Junto a la trama del termómetro se suman, bien cogidas de la mano, insoportables cotas de sufrimiento alérgico. Como si la imprevisible variación térmica no fuera más que suficiente para darnos leña. Si se van al interior, las gramíneas y el polvo doméstico les darán la bienvenida. Si se mueven por la costa, los ácaros harán otro tanto. Aquí no nos salva ni Perry Mason. Al final, sea como sea, te pilla el toro, te come el tigre. Y así va uno, cuarenta de mayo, que parece un ambulatorio andante entre antihistamínicos, inhaladores, descongestivos nasales, colirios para los ojos y mascarillas. Madre mía. Tan sólo para echar a andar, necesita uno media hora en el cuarto de baño. Amén de los mosquitos, que comienzan hacer presencia como de vuelta de un mal convite, con saña, con hambre, bebiéndonos la vida como si no hubiera un mañana. Y así, con todo ese ajuar que les refiero de temperaturas cambiantes, ropa semitransparente, abrigos que sobran o que faltan, pastillas y demás aperos para la alergia, soles engañosos, brisas sorpresivas, gramíneas, ácaros y abundancia de comicios€ ¿qué quieren que les diga? Primavera, ¿cómo no se va a alterar la sangre? En Invernalia, aún bajo cero, son de tarifa plana. Así, todo se ve venir y, a pesar de los carámbanos, uno se organiza la vida, la salud, la indumentaria y las cuentas. Quizá sea por todo lo que les expongo, y también por otros motivos que puedan quedarse en el tintero, que, a pesar de que aún no haya arrancado el verano, servidor se sienta ya con ganas, ¿qué quieren que les diga?, de que se acerque nuevamente el invierno.