El día comienza bien. Regreso a la oficina tras dos semanas de asueto, e incluso de vacaciones, y nadie me dice que estoy más gordo. Se conoce que los excesos del bufé libre los llevo escondidos en la cintura y el ánimo, en la conciencia y tal vez en el colesterol. Y solo estamos en los inicios de julio.

Los periódicos se amontonan en la mesa de trabajo esperando a que los abra y destripe y lea y subraye. Pueden esperar. Los que nunca leen periódicos son los más aficionados a decir que en vacaciones no leen periódicos. Leer periódicos es vicio y placer y droga y no se deja así como así.

Para comenzar con fuerza la jornada me voy a tomar café. Cuesta regresar a la jerga del mitad, sombra, nube, etc. En otras latitudes también tienen sus originalidades para denominar al café y sus combinaciones, pero no son tan variadas como la nuestra. No he llegado ni a la mitad de la columna y ya me estoy poniendo chovinista. Peor sería ponerse racista o sexista, claro. Nacionalista incluso.

El hecho diferencial de Málaga es la nomenclatura cafetera. Y los concejales peseteros. En los trayectos de ida y venida a la cafetería he saludado a un amigo, a un familiar y a tres conocidos. También a una farola. No notan que me haya ido dos semanas. La reflexión que suscitan en mí es clara: es poco dos semanas para irse. Lo suyo es irse tres meses. Lejos además. No un lejos tipo Cádiz ni Canarias, ni siquiera Escocia. Un lejos del tipo Canadá, costa oeste.

Al regresar a la oficina algunos compañeros que aún no me habían visto me dicen que estoy más moreno. El mundo iría mejor si todos nos dijéramos de vez en cuando que estamos más morenos.

Entre la paquetería acumulada por la ausencia hay un pequeño libro de poesía escrito por un señor mayor del norte de España. En su biografía pone que tras doce años en la cárcel y un desengaño amoroso decidió comenzar a escribir narrativa. Pero el caso es que el volumen no es de narrativa, es de poesía, ya lo he dicho. No se aclara si el desengaño amoroso fue en la cárcel o si fue al salir, oye, que ya he salido del trullo, y a mí qué, yo ya estoy con otro. Y tal.

El caso es que el libro me desconcierta y por eso estoy tentado de hacer una crítica, pero solo critico, es decir, reseño, los libros que me gustan, o sea, entiendo la crítica (sin descartar que a las basuras haya que llamarlas basuras) como ejercicio de contagiar entusiasmo lector. Embebido en estas disquisiciones, el teléfono me advierte de una mención en Twitter. Es un elogio. Alivio. Suspiro. Aquí la única depresión postvacacional parece tenerla el bolígrafo, que no escribe bien. El verano se presenta ancho y largo como folio en blanco. Pero no faltan personajes ni sucesos ni noticias ni subidas de sueldos de concejales con los que llenar ese folio; con los que hacer la columna. Ese «solo de violín del periodismo» (otra cosaes que uno desafine) del que hablaba Umbral.