La investidura parece un día más cerca y, al siguiente, más lejos. En realidad, no se sabe por dónde va a salir el sol. Sánchez quiere que Iglesias quede retratado como un barbián que solo pretende rapiñar ministerios y jugar peligrosamente con la estabilidad del país. PP y Ciudadanos culminan el reparto de Madrid pero Vox exige una cumbre para apoyarlo. Si los bloques no se ponen de acuerdo es imposible imaginarse remotamente que de la confrontación del frente popular y el frente nacional pueda salir una idea que no perjudique a los intereses de España. La política jamás había dejado tanta insatisfacción como en estos momentos. Los sondeos reflejan los hipotéticos resultados de un nuevo adelanto electoral que casi nadie quiere. Es probable que tampoco nadie acierte en sus predicciones debido al alto grado de frustración que se percibe entre los electores y sus posibles consecuencias. No recuerdo una situación que justifique con mayores motivos que esta una huelga de urnas. Los líderes políticos no es que se escondan de sus responsabilidades, están empezando a esconderse incluso de ellos mismos. Rivera rehúye retratarse junto a Abascal pero, según exprime estos días la crónica del corazón, la causa de su ruptura con la cantante Malú, que pretendía «una relación más natural», ha sido una foto juntos que los asesores del líder de Ciudadanos se negaron a difundir en las redes sociales. Rivera elude el riesgo de su circunstancia y se ha replegado en espera del Gobierno Frankenstein, que tampoco llega, para jugar su baza de opositor. A Casado le están haciendo el trabajo los subalternos. Es retreta.