La vocación que tiene el doctor Sánchez de convertirse en el conde don Julián es para que otro doctor, Gregorio Marañón, la estudiara. Como se sabe, el mencionado conde, gobernador visigodo de Ceuta, dejó pasar el Estrecho a las tropas musulmanas de Musa que terminaron ocupando Hispania. De aquellos polvos, estos lodos. Ahora es el doctor quien estuvo a punto, y veremos en las próximas semanas, de abrir las puertas a los nuevos bárbaros. Rufián lo decía con claridad, toda la izquierda, no importa el color de su bandera, se arrepentirá durante años de esta oportunidad perdida. Pero que no desespere Rufián, si no es a la primera, será después. España tiene a su conde don Julián y ese título nobiliario -es una propuesta que hago a quien corresponda- es suyo por sus muchos méritos contraídos.

Otra cosa es que Francis Fucuyama, que ya se equivocó una vez con gran escándalo acerca del acabose de la Historia diga ahora que tras obtener paz y prosperidad, lo que la gente demanda es orgullo, lo que me parece correcto. Su último libro es, precisamente, Identidad, y habla de distintos movimientos, el nacionalismo, el feminismo, la lucha racial€ La paz y la prosperidad está claro que son muy deseadas cuando no se tienen, pero una vez alcanzadas lo que viene es el orgullo. Y así estamos y, por eso, Boris Johnson es ya primer ministro británico, lo que va a dar más trabajo, ya lo decíamos la semana pasada, a los cazadores desde sus apostaderos, aunque el mundo siga girando sobre su eje y alrededor del Sol pero mientras paguen los Soros que en el mundo son pues€ barra libre.

El proceso es muy sencillo, «alguien debía haber calumniado a Josef K; porque sin haber hecho nada malo fue detenido una mañana». El acusado no tenía que demostrar su inocencia mediante pruebas, coartadas, testimonios ni documentos, le bastaba con sobrevivir al tormento. Si después de unas sesiones de tortura, seguía entero, Dios había dictaminado que no era culpable. Eso pasa hoy con los torquemadas que condenan sin juicio al que se sale del territorio marcado con tinta invisible. Mucho más en un país como España, donde varias bandas no quieren que se cierre la herida guerracivilista que llevamos dentro y recurren a la mal llamada memoria histórica para que supure. Cuando Marlene Dietrich cantaba que no volverán los fantasmas del pasado en el Berlín derruido, no sabía que los fantasmas no mueren y siempre nos acompañarán.

Pero en toda buena conversación se come o se bebe, o las dos cosas, por eso aquí, en El Club Mediterráneo -donde Rafael Vidal, siempre diligente, tiene instalado su cuartel general-, hablamos del umami, el quinto sabor básico. La palabra proviene del japonés, significa sabroso y la inventó el maestro Kikunae Ikeda. Ahora si no la empleas pronto, sospechan de ti los cursis. Tengo que hablar de esto con Antonio Trujillo, policía local, que acaba de publicar su último libro, Purgatorio. Dice que es ficción pero cualquiera entiende que es la historia real que miles de hombres llevan a cuesta cuando se separan, pérdida de la casa, de parte del sueldo y hasta de los hijos, la mayor inversión que hacemos en la vida. Él es optimista respecto al futuro, al fin y al cabo todo el mundo puede pasar por este trance; además, del purgatorio se sale, del infierno no, le apunto. Recuerdo el pasaje bíblico: «El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso, ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor» (1 Corintios 13: 4-5). Conocí una pareja de belgas de edad muy avanzada, sobre los noventa, vivían en el Rincón de la Victoria, estuve almorzando con ellos en La Viñuela y me contaron su amor, ya eran novios cuando Hitler entró en París, ella trabajaba en una fábrica para los nazis, él en la Philips, que fue lo mismo entonces. Las últimas noticias que tuve de la pareja es que habían regresado a Bélgica para morir en una residencia de ancianos, pero no se encontraron bien allí y volvieron a Rincón, ¿qué será de ellos? Su amor se hacía liquido nada más mirarlos, y no habían leído a Bauman, ni lo necesitaban. Antonio Machado lo dejó por escrito por si hubiera dudas:

Sólo recuerdo la emoción de las cosas,

y se me olvida todo lo demás;

muchas son las lagunas de mi memoria.