Confieso que no me desagrada evocar de vez en cuando, por su valor didáctico, la historia de uno de los hoteles más atractivos de Austria: el Schloss Fuschl. Antes de convertirse, a mediados del siglo pasado, en uno de los hoteles más admirados de Europa, había sido durante siglos una fortaleza. Función que alternaba con las de un pabellón de caza para grandes personajes. El enclave fue levantado a partir de 1450 por los arzobispos de Salzburgo, en las orillas de un hermoso lago cerca de la ciudad. Tres años antes de convertirse en un gran hotel, el castillo de Fuschl ya se había hecho muy famoso. Allí se filmó en 1955 una de las películas más taquilleras de la historia del cine: Sissi. Por eso, hoy el hotel alberga un pequeño museo dedicado a la que fuera la emperatriz Isabel de Austria y reina consorte de Hungría. La seguimos añorando como Sissi. Mi buen amigo Uwe Zeilerbauer, el antiguo director del hotel, me contó que los americanos llamaban al Fuschl el Castillo de Sissi.

Schloss Fuschl es un nombre difícil de pronunciar para los que no son germano-parlantes. Su historia hotelera es corta, aunque muy densa. Se inauguró en 1958. En aquel año trabajaba este servidor de ustedes en otro castillo. En el sur de Europa. El legendario Hotel Castillo de Santa Clara en Torremolinos. También conocido por los lugareños como el Castillo del Inglés. En los años treinta fue descubierto por Salvador Dalí y Gala. Y a partir de ahí por miles de viajeros que se iban enamorando de la Costa del Sol malagueña. Su fundador, George Langworthy, un militar británico retirado, ya había fallecido en 1946, varios años antes de mis modestos comienzos. Mi director fue otro militar inglés retirado. Frederick Saunders. Un veterano de la Primera Guerra. En la que había combatido a las órdenes de Lawrence de Arabia. Recuerdo que Mr Saunders abonó entonces mis primeras cotizaciones a la Seguridad Social española, la primera piedra de mi actual pensión.

George Langworthy fue enterrado junto a la entrada de la capilla de San Jorge en el Cementerio Inglés de Málaga. Sus antiguos empleados españoles encargaron y pagaron su lápida. Desde hacía muchos años, los restos mortales de Annie Margaret, su joven esposa, lo esperaban allí. Fue el comandante Langworthy un apasionado de España y de todo lo español. Convirtió aquella fortaleza del siglo XVIII, cuyas baterías de costa dominaron durante un más de un siglo la bahía de Málaga, en un hotel mágico.

Me produce cierta tristeza el pensar en todo aquello. El Santa Clara podía ser hoy la versión mediterránea del Schloss Fuschl. O al revés. No pudo ser. Es obvio que aquella buena semilla que George Langworthy plantó, al final no fue ni comprendida ni respetada. Qué le vamos a hacer. A principios de los años setenta el Santa Clara, aquel hotel en estado de gracia, sus miradores y sus jardines junto al mar y la antigua fortaleza costera desaparecieron de la faz de la tierra. Nada de aquello permanece hoy en aquel promontorio que dominaba las playas del Torremolinos legendario. Lo he contado otras veces: la codicia y la barbarie se unieron a la especulación más despiadada. Como en tantos otros lugares de las costas del Mediterráneo.

Regresemos al Schloss Fuschl: intemporal y más deslumbrante hoy que nunca. Nos sigue emocionando la maravilla que puede ser un hotel para iniciados, que además alberga su propia pinacoteca, con más de un centenar de obras de grandes maestros de la pintura europea de los siglos de oro. A solo 15 kilómetros del centro histórico de Salzburgo. Según decía el conserje del hotel, el trayecto desde allí hasta la ciudad antigua dura lo que una serenata de Mozart. Lo había comprobado. Me contó también que sus clientes norteamericanos le seguían poniendo en apuros con sus preguntas sobre la emperatriz Sissi. Estaban convencidos de que ella pasó sus años de juventud en Fuschl. En realidad no fue así. La futura emperatriz pasó los primeros años de su vida en la residencia ducal de su familia en Possenhofen, en Baviera. Pero la magia inapelable del cine y la belleza de Romy Schneider habían tenido la última palabra.

Las actuales instalaciones del hotel respetaron cuidadosamente la vieja fortaleza y su entorno. El interior del Fuschl es un milagro de elegancia, sensatez y buen gusto. Me hace sentir una melancólica y resignada envidia. Todos los elementos arquitectónicos más valiosos han sido conservados. El hotel prestigia, como sus famosos hermanos vieneses, la mejor imagen turística de Austria. La emperatriz Sissi no lo hubiera hecho mejor.