En el último número de la revista Lecturas escribe Jorge Javier Vázquez en su sección que ha tenido estos días en su casa a su ex y que una tarde le pidió ayuda para depilarse los pelos de detrás de las piernas. Caramba. No hay duda de que es una confesión peliaguda.

El diarismo, género literario tan en boga, tiene una nueva estrella. Alguien que se confiesa sin pelos en la lengua. Ni en las piernas. Vázquez ha confesado ya tantas cosas que nos hace partícipes también de intimidades menores, peludas o vellosas. No faltará quien las juzgue jugosas. Y lo hace de una forma entretenida y amena. Escribe bien. Algo cursi a veces. Salvo cuando se pone a hablar de pelos, que resulta descarnado. Un Bukowski de Hospitalet engarzado en el stablishment del espectáculo español.

A estas alturas de la columna no sabe uno si quiere alabar la valentía de Jorge Javier o dar cuenta del sorpresón que supuso leer tal asunto. O alabar al depilante, al que deja en el anonimato, refiriéndose a él con un lacónico P. Un santo P., dado que nos imaginamos que cuando los pelos en alguien de esa (nuestra) edad dicen ya estamos aquí es que están aquí efectivamente. Y allí y acuyá y en partes ignotas o que inclusive no te ves. Cuando en realidad lo que quieres es que te crezcan muchos pelos en la cabeza. En la meolla, la chorla, la testa. Y no en la parte de detrás de las piernas o en la espalda. La añoranza del flequillo ha de ser una de las más lacerantes formas de melancolía. Dice el dicho que «donde hay pelo hay alegría» pero están los tiempos más bien de torsos límpios y muslos de ciclista.

Es la cara, la barba, el único entorno, masculino, se entiende, donde el pelamen parece que se permite y gusta. Hasta Pablo Casado se ha dejado barba. Ayer decía en Twitter Pablo Iglesias, este hombre está en todo, que en TVE le había dicho un empleado que Casado con barba era un cruce de Alberto Garzón y el Rey. El Rey joven, se supone, no el emérito, del que cuenta Pilar Eyre en ese mismo número de Lecturas (todos los sábados, por cierto, con La Opinión de Málaga), que una vez en Zarzuela se estampó con un cristal y se dañó gravemente cara, hombros y escroto. Y que soportó la cura médica sin anestesia «Como buen militar sin miedo al dolor que es». Ya ves tú, Pilar, y a nosotros nos duele nada más escribirlo. Nos está saliendo un artículo por los pelos sin descartar que sea por bemoles. No sé cómo va usted de servido de pelos en las patas.