Fue un dominico sevillano, Alonso de Ojeda, quien convenció a la reina Isabel allá por 1477, de la existencia de ritos judaizantes entre los conversos andaluces. Un informe fue decisivo para los Reyes Católicos y lo redactaron el arzobispo de Sevilla, Pedro González de Mendoza, y el después famoso, también dominico, Tomás de Torquemada. Entonces, los reyes decidieron el asentamiento del Tribunal de la Santa Inquisición en Castilla y pidieron al Papa su aprobación. Así, Sixto IV, el 1 de noviembre de 1478, promulgó la bula Exigit sinceras devotionis affectus.

El pasatiempo no es el de descubre las siete diferencias, sino el de los grandes parecidos con el presente, mutatis mutandi y reconociendo la grandeza de quienes hicieron posible la unidad política de España. ¿Hay quienes acusan de tener las peores intenciones a quienes piensan distinto? Todos mueven la cabeza asintiendo, ya en la sobremesa, y alguien apunta que actúan como la policía del pensamiento, la más joven añade que, en ocasiones, incluso con la ayuda del propio Estado. ¿Quiénes son hoy los judíos, los protestantes, los moriscos o las brujas perseguidas? Hay consenso en algunas de las víctimas de los torquemadas, cualquiera que no acepte los dogmas del establishment, pero a partir de aquí ya cada uno da cuenta de sus cuitas: unas veces encarcelan a un hombre por una denuncia falsa; otras veces lo linchan en la plaza pública de las redes digitales; también se emborrona la memoria echándole encima el calificativo de histórica, se inventan muñecos de trapo, Donald o Boris, con los que practicar vudú€

El de más autoridad, y años, recita de memoria aquellas palabras de Orwell en 1984: «Por primera vez en la Historia existía la posibilidad de forzar a los gobernados, no solo a una completa obediencia a la voluntad del Estado, sino a la completa uniformidad de opinión». Fíjate, dice un alto funcionario en excedencia, que ahora vetan a Enid Blyton, autora de Los Cinco, aquella mítica colección de literatura juvenil, por «racista, machista y homófoba». Estos son los tiempos que corren, se combate casa por casa, literalmente, por la libertad, vuelve a intervenir el empresario memorioso, que aparta su café solo.

Todo es discutible en los límites del respeto mutuo, dice en voz queda un profesor de Derecho, pero hay a quienes les pueden los peores instintos y la nómina de cada mes, lo que no es poco. Imaginen el trabajo que le costó a Copérnico convencer a sus juzgadores que era la Tierra la que giraba alrededor del Sol y no al revés.

De regreso, estoy convencido de que en España, desde que la política ya no se ocupa de la realidad, la realidad se ocupa de la política. Bulle la política como el magma de la tierra que pugna por derramarse volcán abajo. Es lo que pasa con la epidemia de delincuentes en Barcelona, como ejemplo. Y, prácticamente, nada de actividad parlamentaria, eso sí Pedro y Pablo entretenidos como en El sí de las niñas, entrando en recesión a modo del tren en el túnel. Pero el síndrome Dunning-Kruger está ahí y por eso este sesgo cognitivo, que consiste en ignorar la propia ignorancia, hace estragos en el protagonista de la tragedia. Habría que apuntarle aquel certero pensamiento de Corneille, para evitar la ruina hay que tener buena memoria después de haber mentido.

Y en este septiembre, habrá que comprobar que es de los que aquí hicieron mutis por el foro, como Juan Cassá, o los que llegaron y poco dicen, casos de Susana Carillo o Noelia Losada€ porque parece que es la Junta y la listeria las únicas que han mantenido el pulso informativo durante la calor. Pero no es de esto de lo que venimos a hablar con Alfredo Viñas en el gozoso almuerzo de la terraza de La Aduana. No, hablamos de arte, ¿cómo no con quien ha mantenido abierta durante veintidós años la galería de su mismo nombre?, y de Alejandra, también años al frente de La Aduana Vieja, a tiro de piedra, hasta que se fue para siempre o, lo que es lo mismo, que nos espera ya siempre. Posamos nuestro recuerdo en tantos€ Ese es para mí el lujo bien entendido, la mejor compañía en la caída de una tarde con un suave fresco mediterráneo en el rostro. El duque de Rivas escribía de la hermosísima Filena:

Curábame las heridas,y mayores me las daba;curábame el cuerpo,me las causaba en el alma.