Telefónica comunica o salta la operadora robótica pidiéndome el dígito de la pregunta del menú que ha diseñado un programa. Me quedo sin escuchar una voz humana respondiéndome a cuánto cotiza un trabajador de más de 50 años en bolsa. Esa que para unos significa dividendos al alza y pérdidas compensadas con despidos, y para otros no es más que el recipiente de plástico en el que le devuelven el alma y los años de empleo arrugados en sudor ácido. Quería saber también el precio de una acción por persona al otro lado del teléfono, de una mesa de oficina o por la casas de la ciudad de fibra óptica, ahora que los títulos de la empresa andan por la montaña rusa del parqué en el que todo cotiza. Todo, excepto los sueldos y las cabezas de los que siempre sobreviven por encima de los mercados y de la edad de a pie de los que tienen juanetes en los zapatos. Un dato: entre 70 y 85 años a salvo tienen los presidentes de empresas como Repsol, Amadeus, Sabadell o Técnicas Reunidas. Ninguno de ellos ni los miembros generacionales de sus consejos cruzan la mirada con los que han cumplido 53 años, tienen una antigüedad superior a 15 años y son obligados a negociar un plan de bajas. Su grupo sanguíneo puede coincidir, incluso su pasión por el mismo equipo de fútbol, pero nunca estarán en mismo platillo de la balanza ni consolarán sus desdichas en la misma barra americana -uy, qué imagen propia de haber sobrepasado la edad del degüello laboral- ni el mismo alcohol al final de la copa.

Pero lo mejor de esta sociedad capitalista no es el contrapeso del valor de la edad ni el reconocimiento de la experiencia, aquella con la que nuestros padres imponían su criterio y el pasaporte que antaño suponía respeto por parte de los compañeros e idóneo para ir ascendiendo. No, ahora, en la época de las imágenes en 3D y los youtubers, lo más interesante son las palabras de diseño. Esas creadas en laboratorios de RRHH, como quien corta a medida al bies y al jabón la cabeza del personal sin que una gota de lágrima roja salpique al verdugo con aroma de lujo. «Voluntario, universal y no discriminatorio». Tres palabras como talladas en cristal de Swarovski o titanio, elegidas por los gurús de Telefónica, que cumplen su oficio de adjetivado higiénico para transmitirle al sujeto lo que realmente es un despido integrado en el Plan de Suspensión Individual (PSI) de la compañía que abarca 2.200 salidas. Manda narices la tendencia de las empresas a vestir de blanco sus cadáveres laborales y a ningunear el libro de la RAE cambiando el peso seco y duro de un término: despido y a la puta calle por vocablos de guante quirúrgico: prejubilación y salida. Lo peor es que nadie se subleva. Todos se envainan que los traten como tontos de vocabulario, que los sindicatos sean como una vieja chapa Anti-OTAN en la solapa de la trenca de pana de los ochenta, y la promesa de que la empresa negociará un plan para evolucionar la plantilla y adaptarla a los desafíos de los próximos años. «Tenemos que ser más ambiciosos» añade el comunicado sin especificar quiénes tienen que serlo ni a costa de qué o de quiénes.

Da igual que unos pocos se rebelen. Están condenados a perder. Hemos aceptado que nuestros políticos, en connivencia con el IBEX, nos diseñen un Matrix capitalista en el que una persona cercana a los 50 años es considerada un anciano sin valor exponencial, y su experiencia no se respete ni se evalúe para nada la calidad de su rendimiento. Incluso se les hace creer que están mayores para el trabajo pero son jóvenes para vivir una segunda década despeinada y sin tener que esperar al IMSERSO, si aceptan firmar el adiós por percibir un 68% del salario regulado hasta que alcancen la edad regulada de jubilación, «además de mantener el mantener el seguro médico y el abono correspondiente a la cotización de la Seguridad Social por parte de la empresa», según el acuerdo pactado. Cada vez más los cafés, los supermercados, las consultas médicas y los gabinetes psicológicos se llenan de personas de más de 50 años desorientadas, sin alicientes, aquejadas de una invisibilidad que los envejece prematuramente. Es la cruel paradoja de una sociedad en la que aumenta la esperanza de vida, se acorta el tiempo profesional y en la que se debate prolongar la edad de jubilación, min. ¿De quiénes y en qué sectores, si a los 50 años te desemplean o te niegan un puesto de trabajo? Cada año, cada trimestre, cada mes, el empleo es derrotado por programadores financieros que compiten lastrando personas por ser los primeros a la cabeza de los beneficios, sin que los despidos voluntarios negociados individualmente les manchen la conciencia en forma de fantasmas de sus navidades en mitad de sus noches de seda negra.

España es el país donde sucede lo contrario de lo que se necesita para salir adelante y progresar adecuadamente. Los despidos de mayores de 50 años son incompatibles con un sistema de pensiones deficitario, que precisa entre 10.000 y 15.000 euros adicionales cada año. Lo ha recordado el profesor de Economía de IESE Business School Javier Díaz-Giménez. Tampoco la OCDE y la Comisión Europea están de acuerdo con lo que se predica en campaña y después se promulga en leyes y llevan tiempo preocupados ante el empecinamiento de los últimos Gobiernos de tratar de elevar la edad de jubilación a 67 años -ninguno se atreve a marcar la cifra de los70 pero a este paso y al margen de que resulte impopular la economía obligará a ponerlo en marcha- y a la vez permitan las retiradas anticipadas. Se preocupan sí, pero a la hora de la verdad miran para otro lado, mientras desde lo que deberían ser las voces pensantes de la sociedad civil, de los sindicatos y de la labor de los partidos en la oposición, nadie levanta la máscara de las pos verdad para decir que basta ya de disfrazar de prejubilaciones lo que en la mayoría de los casos son despidos. Y que lo único que esconden los planes de empresas que argumentan razones de competitividad, de respuesta a las nuevas exigencias de actualización de las habilidades de sus trabajadores de cara a la era digital, es cambiar mano de obra humana más cara por otra mucho más barata y con menos derechos laborales convenidos, y su sustitución por máquinas. Acaba un juzgado de Las Palmas de Gran Canaria de declarar improcedente la rescisión de contrato de una trabajadora de una empresa que fue despedida, tras 13 años desarrollando labores administrativas, para ser suplida por un programa informático RPA (acrónimo de Robotic Process Automation o Automatización Robótica de Procesos) para la gestión de cobros que realiza tareas desde las 17.15 hasta las 6.00 horas y en los días laborales, y festivos trabaja 24 horas. No hay Espartacos entre la robótica. Tampoco entre los trabajadores del siglo XXI cada vez más esclavizados y semejantes a los de la película Metrópolis de Fritz Lang.

Aquel futuro en blanco y negro del que nos vamos encontrando en el nuestro lo peor. Sobre todo los que vienen detrás y en 2050 formen parte de los 90 jubilados que habrá por cada 100 trabajadores o de estos en dependencia de los primeros. Un panorama que muy posiblemente provoque que sólo haya una baja pensión social igualitaria para todos y que cada empleado tenga que ganar lo suficiente para mantenerse él mismo y a su familia, ahorrar para el futuro, y pagar la pensión de un jubilado. Con estas previsiones los gobiernos y sus sociedades deberían volver a prestigiar el valor de la edad profesional en puestos de responsabilidad, con visiones y experiencias muy difíciles de captar en el mercado, valiosos en la formación práctica de los jóvenes y especialmente en los momentos difíciles o de crisis de la empresa. Y al mismo tiempo ofrecerles adecuados reciclajes continuos para mantenerlos proactivos en la competitividad. Hacerlo sería inteligente si hacemos caso a una reciente encuesta de la Society for Human Resource Management en la que cuatro de cada diez profesionales de recursos humanos predicen que la pérdida de talento como resultado de la jubilación o despido de los trabajadores de 55 años supondrá un problema o crisis para sus organizaciones en los próximos 11 a 20 años.

Ahora que se estrena en las librerías el excelente libro de Javier Gomá, Dignidad, no estaría de más que los políticos en la inminente campaña electoral se la devuelvan a los mayores de 50 años y se tomen el trabajo de valorar su importancia para el mundo laboral. Y si no lo hacen, los llamamos.