Guillermo llega a mi iceberg por vía marítima. Aparece tras el abrupto acantilado que bordea el islote. Escala con agilidad de púgil, agarrándose al hielo con las afiladas palabras que forran sus piolets y crampones. Lo esperaba. Como quien presiente la suerte sin saber el grado de la brújula por el que aparecerá. Lleva el cuerpo tatuado de libros, columnas literarias, críticas de arte, escenas de cine negro, duelos de vaqueros, relatos de vidas prometidas y heridas de trinchera. Un dibujo de un solo trazo que rellena cada recoveco allá donde se curva la piel.

Le ayudo a colocar sus pertenencias sobre el suelo helado. Una libreta, dos entradas para ver una reposición del Halcón Maltés y el periódico del domingo. Está cansado. Ha recorrido casi 20.000 leguas para llegar a suelo firme. Barba de varios años, delgadez de muchas hambres.

-¿Cuál es tu nombre?—le pregunto.

-Llámame Robinson.

Proviene de una enorme isla desierta. Una isla con aves y reptiles, con palmeras, cañas y arena. Llegó allí por una clase de ensimismamiento ante una belleza que le atrapó de niño correteando por el Sacromonte: El lenguaje. Allí ha vivido alimentándose de libros, periódicos y programas de radio. Pero desde hace tiempo comenzó a desaparecer la arena de esa playa. Nada preocupante al principio, un par de metros, quizá tres. Pero los huracanes políticos comenzaron a dejar la isla devastada y el mar inundó de lugares comunes el territorio dejando la cultura al gobierno y a la memoria de los peces.

Permanece unas horas en mi iceberg. Sabemos adaptarnos a las estrecheces. Absorbo su conversación como lo hace la piel con la tinta de un tatuaje. Mientras me instruye, fabrica una balsa de entrevistas, críticas y columnas literarias. Sobre ella, amarrada a un sólido mástil, ondea una vela de palabras cosidas una a una con hilo artesano.

Algunos años antes, frente a un pelotón de alumnos de un taller de escritura, supe su verdadero nombre: Busutil, Guillermo para los amigos. Hoy jueves fondea en Málaga curtido en cien trincheras. Allá donde se ha retado con los que tratan de robarnos el lenguaje, con aquellos que avanzan con los tanques de la mediocridad alisando el terreno, los que conjuran sobre cráneos vacíos el imperio de los necios. Guillermo recupera el valor de Ringo Rex para acudir en defensa de la libertad de pensamiento, de la crítica con criterio, de la conciencia de los hechos. Para denunciar que la cultura se hunde en las arenas movedizas de la tecnología mientras observamos narcotizados la pantalla del móvil.

Dentro del Museo Picasso, hoy se inaugura un nuevo museo en la ciudad de los museos, y sin embargo éste alberga a todos ellos. Una paradoja que decora la entrada al lenguaje tejido por Guillermo Busutil. Un museo sin paredes, repleto de palabras, accesible con solo levantar la portada. Un museo que reivindica el derecho a ser individuos, la independencia del pensamiento, el valor de lo inmaterial. En él, podremos apreciar los mapas de tesoros olvidados, los pasadizos hacia el corazón de insignes escritores, el aroma del guiso de un cuentista o la trinchera enfangada de un periodista.

Málaga se quita el maquillaje por un día para mostrar su verdadero rostro, desprovisto del carmín turístico y el rimel pseudocultural. Guillermo Busutil desdobla el origami en el que se presenta la cultura en nuestras calles. Muestra en su nuevo libro La cultura, querido Robinson de la editorial Fórcola, la verdadera esencia que la sostiene y a la que hemos restado importancia asombrados por el ilusionismo. Esta tarde llegará a Málaga la experiencia del náufrago que sabe localizar islas más allá de lo cotidiano.

Bienvenido a tu casa, querido Guillermo.