Desde una perspectiva filosófico-formal, las cosas del Estado son un pensamiento particular del estado de las cosas, que es un pensamiento universal. Y me da que, tanto en lo particular como en lo universal, andamos tan desnortados como la paloma aquella del gaditano inmortal, que por ir al Norte fue al Sur, creyendo que el trigo era agua. De un tiempo acá, el estado de excepcionalidad campan por sus respetos en todos los escenarios del sapiens, que se empeña en otorgarle carta de naturaleza.

Hoy, la anormalidad normalizada es lo prevalente. Y esa circunstancia contribuye sobremanera a que la conjugación del verbo contemporizar se nos esté yendo de las manos. Actualmente, la rutina del sistema consiste en normalizar lo anormal. Y, así, lo accidental va sustituyendo a lo esencial y convirtiéndose en la enjundia, en el meollo, en la miga, en la entraña, en la médula, en el fundamento... de la esencia. Suena duro, soy consciente, pero pareciere que los sapiens aspiráramos a convertirnos en criaturas contranaturales que se autofagocitan. La jindama me hiela al pensarlo...

Humberto Eco lo expresó con sus palabras en El nombre de la rosa. Yo, que ahora no las recuerdo en su literal, me convierto en un eco, sin Humberto, para expresarlo con las mías: nos embebemos en los libros para entender lo que dicen, no para comprender lo que significan. Y así nos va en todos los ámbitos de la existencia. Desde nuestra sedicente alta política, cada vez más afectada de acondroplasia política severa, hasta la práctica totalidad de las actividades sociales y económicas.

Nuestros políticos profesionales, autosecuestrados por un sistema que ellos retroalimentan, cada vez refinan más la vulgaridad charlatana y enredante, y el regusto de escucharse atentamente sus ombligos, y el instinto protector de sus intereses... El manoseado escenario político derecha/izquierda nacido como consecuencia de la Revolución Francesa, que respondió a una serendipia, según unos, y a una estrategia facilitadora del recuento de votos, según otros, era un escenario plano en el que cabían los que cabían: la derecha a un lado del hemiciclo y la izquierda al otro, y entre ambos, un puñadito de psudoizquierdosos de derechas y otro de pseudoderechosos de izquierdas, que entonces no eran multitud.

Pero, en nuestros días, la política pace en una esfera perfecta en la que el número de meridianos y paralelos, unos a izquierda/derecha del meridiano cero y otros arriba/abajo del paralelo noventa, aspiran a representar un número cuasi infinito de ideales deíficos, irrenunciables, límpidos, impolutos, infalibles... todos, según sus actores.

Así, las derechas pueden llegar a ser la derecha de otra derecha, unas veces, y, otras, la izquierda de cualquier izquierda que pase por allí en ese momento buscando la cafetería. La física demuestra que en las esferas los extremos se tocan. Quizá sea por ello que en el escenario particular de las cosas del Estado y en el más universal del estado de las cosas, los hechos cada vez son más impresentables.

En el escenario turístico, por ejemplo, el estado de las cosas no es distinto en cuanto a la coherencia y la incoherencia, que es de lo que se trata en todas las actividades económicas. En turismo, los involucrados y, especialmente, las fuerzas fácticas, no somos ni de derechas, ni de izquierdas, ni de arriba, ni de abajo, sino de una especie de fistro de ancha frente y vasta profundidad, como el engendro céntrico de don Albert, en el que el colibrí de la coherencia no encuentra una breve rama para posarse.

Los turísticos, hogaño, por la mañana, nos erigimos en valedores de la supermanía voladora, en defensa de la coherencia de la sostenibilidad ineluctable, y, para el almuerzo, avivamos las llamas de la incoherencia, angelito ella, amancebándonos con la autoridad competente que nos concederá la bula para añadirle aun todavía más camas a la oferta alojativa de Málaga.

Es curioso cómo cada cual interpretamos que el número de camas con el que individualmente pretendemos crecer solo afectará al centro de gravedad y a la gestión de nuestra oferta, sin prestarle atención a que cada acción individual afecta, de facto, al centro de gravedad del destino, y, lo que es más trágico, al centro gravedad de su majestad el mercado, que es el que dirime las cuitas entre las coherencias y las incoherencias, que tantas veces nos han dejado con el tafanario al viento.

¡Ay, tú...!