Yo soy yo y no nosotros. Habrá que repetirlo, ahora que se intenta empujar al individuo a una pre-adolescencia de la que se había emancipado en los tiempos de la Ilustración, cuando adquirió la condición de adulto responsable de sus actos. Es cierto que el mundo puede llegar a ser un lugar frío e inhóspito, y que el calorcito de la multitud parece arropar frente al viento gélido. Pero uno se define por sus palabras y sus actos, no por el apellido, el sexo, el lugar en el que habita o lo que hiciera algún antecesor en un pasado remoto. Así que deja de interpelarme en plural. Sueles decirme: vosotros. Pero miro hacia atrás y no veo a nadie más, estoy yo solo. Con mis grandes carencias y alguna que otra virtud, mas sólo eso: un individuo. No me siento cautivo de mi pertenencia a una identidad colectiva. Por mi parte, procuro ser escrupuloso y coherente; no empleo el vosotros y me dirijo a ti en exclusiva, de modo que te exijo reciprocidad.

Decía Condorcet que «mientras existan hombres que no obedezcan a su exclusiva razón, que reciban sus opiniones de una opinión extraña, todas las cadenas se habrán roto en vano». La razón, eso sí, requiere ciertas condiciones ambientales para operar, y que haya gente gritando en los alrededores inhibe su funcionamiento. Pero recordemos también a Hölderlin cuando afirmaba que «sin belleza del espíritu y del corazón, la razón es como un capataz que el amo de la casa ha enviado para vigilar a los criados».

Son malos tiempos para la razón y la belleza. Hay demasiado ruido y nada incita a leer o escuchar ideas elaboradas. Quizá sería bueno retirarse un ratito al rincón de pensar o, mejor, subirse a alguna colina cercana. Luego volver para discrepar cordialmente. Pero de tú a tú, por favor.