Por una vez reconozco estar de acuerdo con el líder de la oposición, Pablo Casado, cuando dijo, refiriéndose a la totalmente innecesaria repetición electoral: «Para este viaje no hacían falta alforjas».

Era la misma frase que a uno se le había ocurrido para titular una columna sobre lo ocurrido. Pero no es sólo eso lo malo, sino que hay algo mucho peor: el daño enorme que la frivolidad de unos y la obstinación de otros han hecho a la democracia.

Después del efusivo abrazo, para delicia de las cámaras y los humoristas, entre los líderes del PSOE y de Unidas Podemos, ¿cómo seguir creyendo la sinceridad de los políticos en sus campañas electorales?

Había afirmado Pedro Sánchez que no le dejaría dormir la presencia de Pablo Iglesias en el Gobierno de la nación. Le había exigido a éste como condición que se abstuviera de reclamar para sí cualquier ministerio y ahora se dice dispuesto a darle incluso la vicepresidencia.

¿Qué ha cambiado desde entonces si no es que la repetición electoral ha hecho mella en ambos partidos y beneficiado sobre todo a la derecha, en especial a la más extrema: los neofranquistas de Vox?

Mucha mayor coherencia que el presidente del Gobierno en funciones mostraron aquellos militantes de su partido socialista que en la primera noche electoral corearon aquello de «¡Con Rivera, no!» para gritar tras la segunda: «¡Con Iglesias, sí!».

Se les había prometido en campaña un Gobierno «progresista» y habían visto su ilusión defraudada por la incapacidad de los dos líderes de la izquierda - dos machos alfa- para ponerse de acuerdo.

Algo parecido había ocurrido con Ciudadanos, un partido supuestamente liberal y de centro que se había presentado como el único baluarte contra la corrupción para, obsesionado por el problema territorial, acabar aliándose con el partido al que antes denunciaba como corrupto.

Si rectificar es de sabios, una cosa es hacerlo para adaptarse a las cambiantes circunstancias, y otra muy distinta, dar bandazos sin ningún sentido, desorientando así no sólo a los propios militantes sino a unos electores cada vez más incrédulos ante tal espectáculo.

El único partido que se ufana de no haber engañado a nadie es Vox, anclado en sus posiciones de ultraderecha que sintonizan con ese franquismo sociológico que aún pervive en nuestro ruedo ibérico y que será mucho más difícil de eliminar de las mentes de lo que fue sacar de Cuelgamuros los restos del dictador Francisco Franco.

La claridad y simpleza, incluso la brutalidad de los mensajes de Vox contra la izquierda, calificada sin más argumentos de «bolivariana» y «comunista», contra los inmigrantes, que sólo vienen a delinquir y aprovecharse de nuestro Estado de bienestar, contra las que califican de «feminazis» y las abortistas, no dejan lugar a dudas.

La única respuesta eficaz de la izquierda es desmontar su engañoso discurso populista: demostrar cómo esa ultraderecha busca dividir a la clase trabajadora, no hace nada por combatir la corrupción, de la que también se beneficia, quiere seguir privatizando todo lo público, recortar nuestras libertades y acabar con unas autonomías en las que no ve riqueza cultural sino sólo despilfarro.

Y un mensaje final para los que presumen como el PP de ocupar el centro político: ¡aprendan de la capacidad para el compromiso de sus correligionarios europeos, no se limiten a insultar sin más a quienes piensan diferente, traten de convencer con argumentos y no intenten parecerse a Vox porque los ciudadanos siempre preferirán el original a lo que siempre percibirán como una mala copia!