Tal día como hoy, tan de cascarilla y de juguete, abre su portón escrito La Bodeguilla. Nace un espacio que, aunque le haya echado palabras en lugar de hormigón a sus cimientos, puede entenderse como uno de esos bares con hechuras de venta que predominan en las afueras montañosas de cierta ciudad mediterránea. En las mañanas claras, desde sus ventanales se intuye el mar. A la lumbre de su barra, los lunes siempre se empieza la semana hablando de política. Jamás se prohíbe el cante. Y, de fondo, resuena una radio de las de antes que mezcla boletines de noticias con canciones ochenteras.

La España del Twitter

A veces, La Bodeguilla parece un reducto vintage de la España que ha cambiado las interferencias y la verdad en el aire de los transistores por la pólvora ajena y la virulencia gratis del Twitter. Ese almacén enfangado en el que ya se anuncia y se comenta todo. Especialmente, con la actualidad achicharrada de contubernios que, desde la tarde del viernes, ha venido agitando banderas y gobiernos de quita y pon. Mientras tanto, con la misma vehemencia con la que Florentino Pérez presumía de equipo blanco compensado con zidanes y pavones, la derecha se ha cebado contra un Gobierno rojo calzado con garzones y rufianes. Y la izquierda ha exprimido hasta la saciedad el adjetivo reaccionario.

Sin ir más lejos, el de las redes sociales también ha sido el espejo que ha reflejado el sentir antagónico de los diputados que defienden los intereses de Málaga en el hemiciclo. Inmersos en la trascendencia de las sesiones del fin de semana, el socialista Ignacio López le ha subido la voz al «No se va a romper España» que ha instaurado como estribillo el jefe de su tribu. El ciudadano naranja Guillermo Díaz ha ejercido de forense que disecciona al «Gobierno Frankenstein» en un timeline que lastra su fijación por una socialista de nombre Adriana. Patricia Rueda se ha identificado con el concepto de «españolazos» y se ha abonado al #SánchezTraidor de Vox. Y Carolina España ha tirado del hashtag popular #SánchezVendeEspaña.

Homenaje a Galdós

Esta vez, el debate de investidura se mostró menos solemne y más pandillero. Casi hooligan. Quizás por respeto a la efemérides del centenario de la muerte de Don Benito Pérez Galdós -escritor de profesión con mote garbancero y raíces canarias- el sábado no se fue tanto la cosa de madre como el domingo.

Ayer, en las vísperas del Día de Reyes, más de un diputado anduvo de pataleta porque le había pedido a Sus Majestades, en la carta, un ministerio o un tamayazo múltiple. Y se comportó como un niño revoltoso y desobediente para mimetizarse con la típica pelea por un caramelo de menta en la Cabalgata de los Magos de Oriente.

O, a lo mejor, fue al revés. Quién sabe. Igual a Ana Oramas le dio por conmemorar el 4 de enero haciéndole un homenaje a su paisano universal y empezó a escribir las primeras páginas de un episodio nacional que le abre la puerta a un drama lorquiano. Los martes van de supersticiones. Nunca se sabe.

El futurible Papa Pedro -apodado El largo o El breve, según la mala leche que gaste cada cardenal- llega al nuevo cónclave sin escaños de sobra ni margen de error. La señal de peligro de un nuevo oramazo parpadea en el ambiente con tanto brío que, incluso, los mensajes de pásalo que trajo el 11-M corren como la pólvora y hasta se han habilitado maquiavélicas recogidas de firmas, en el fullero ciberespacio, que le ponen nombre y apellidos al hipotético diputado-Judas.

Primer desenlace

Aunque no ha sido del todo negra, la primera fumata que ha vomitado la chimenea de la madrileña Carrera de San Jerónimo ha arrojado menos claridad de la esperada. La radiografía de este desenlace iniciático toma prestado el título de aquella sorprendente película de un entonces desconocido Daniel Sánchez Arévalo que descorchó el Festival de Málaga, Azuloscurocasinegro. Bajo estos términos, la fumata de Sánchez habría sido gris oscura casi blanca, aunque suene a contradicción. La oscuridad y la incertidumbre existen, no cabe duda tras ver cómo ha ido arrugándose y dividiéndose en dos el mapa de la piel de toro, desde Cantabria hasta Canarias.

Esta vez no se habla de bloques de izquierda y de derecha. Se habla directamente de bandos. O de bandas. Y, bajo la igualdad acusadora de las dos España, lo que escribes o dices te delata. Por ejemplo, no es lo mismo referirse a Esquerra como un partido republicano que llamarlo partido independentista.

Y, a su vez, la primera fumata negra tiene bastante de blanca porque, pese a los disgustos insulares y montañeses, Pedro Sánchez sigue teniendo atada la mayoría simple que lo eleva a presidente. Dejémoslo en que esta fumata ha sido casi blanca. En un país como España, el ‘casi’ o el ‘uy’ siempre están ahí suspirando a la vuelta de la esquina o en los desvelos de la parroquia que chapurrea sobre política en la barra de un bar.

Basta con imaginar una bodeguilla como la que invoca esta nueva sección para ver un corrillo que discute hasta que todos se dejan llevar por la lógica de que no tiene por qué pasar nada raro. Que el Gobierno formar se forma, aunque esté cogido con papel de fumar y vaya a haber varios territorios pedigüeños apostados con una mano abierta a la puerta de La Moncloa.

Y, apartado de este grupo de amigos, siempre habrá un bebedor solitario que -sin mover el culo de su taburete y con su cabeza alineada hacia el mostrador- haga la gracia y grite «¡Tamayazo a la vista!», antes de llevarse la enésima copa al gaznate. Por si las moscas. Para dárselas de Nostradamus el día que, al empinar el codo, vuelva a rozarse con los parroquianos que son políticamente correctos y -solo a priori- nunca se salen del tiesto.