No tengo cuerpo para nada. Lunes. Voy a una tertulia televisiva y suelto una idea en forma de tuit: «Me gusta tan poco el franquismo como convertir los juicios que sobre él se hagan o escriban en delitos de opinión». Y ya no doy para más. Verduras para cenar. Siempre me ha hecho mucha gracias la palabra duermevela.

Martes. Comienzo 'La reina roja' de Juan Gómez Jurado. Pero eso será por la noche. Por la mañana, sin salir de la cama, antes de entrar en Twitter, acabo 'Sánchez', de Esther García Llovet. Es una crónica cortante y trepidante de la noche madrileña. Entendida esta no como la diversión. Sí la noche canalla, timbas, galgos, porros, coches, la Castellana desierta. Me encuentro a la hora del almuerzo a un amigo de la niñez al que no veía desde hacía una década. Le miento y le digo que soy concejal. Él me ha dicho que es ingeniero. Uno de sus dos zapatos está roto. Al abrazarnos en la despedida, intercambiamos olores de colonia. Y por ahí irá, oliendo a letraherido. Espero no exhalar aroma a lentejas de entre semana.

Miércoles. Sigo leyendo columnas sobre David Gistau, a cual más emocionante y bien escrita. Agustín Rivera cuelga un recorte de la de Raúl del Pozo en El Mundo: «Tenía pasión por el reporterismo, por el contar lo que pasaba en el mundo, aunque su ingenio y su poderoso estilo lo ataron al columnismo, ese vicio español». David Trueba, columnista que hace películas, dice en este periódico que «este país sería mejor si se le hiciera más caso a la cultura». Y a él, añado yo. Trueba fue compañero de Facultad. Si alguna vez me lo encuentro le diré que he llegado a alcalde o prestamista o que tengo una flota de camiones. Le tengo que mandar mi novela. Con todo, lo mejor de la prensa de hoy es el copeteo, convertido en reportaje que Emilio Fernández y Cristóbal Montilla se pegaron en el Pimpi Florida con Carlos Suárez y Alberto Díaz, jugadores del Unicaja. Buen género este, pegarse unos vinazos y escribir luego lo que uno ve y oye. Los textos saben a gloria y originalidad, noche, gambas y una de rusa. Exclusiva. A lo que no saben es a producto sobado, teletipo y nota de prensa. ¿Cuándo se jodió todo esto para que hayamos llegado a darle semejante culto al refrito?

Vi anoche a Nuria Espert en Palo Cortado. Impone. La gran dama del teatro español. Pareciera levitar más que andar. Representa estos días Romancero Gitano en el teatro del Soho. Bebe blanco vino. Así es el azar. Que a un sitio al que llegas inducido acabes abducido. Espert es magnética. Lleva un abrigo moderno, un plumas, del que pareciera ir cayéndosele el talento de lo mucho que le sobra. Estoy por agacharme y quedarme un trozo. Le falta un punto de frío a mi albariño. El camarero, muy amable, se parece a Keanu Reeves. «Me lo han dicho muchas veces». Sale uno a la calle con cuerpo de viernes. En el Soho están abriendo respetables locales de sushi. Este barrio fue primero infame, luego tétrico, más tarde canalla. Pasó rápido la época bohemia y ahora me da que son ochocientos euros al mes el apartamento.

Jueves: yo escribo libros para ver a los amigos. Me dice uno de ellos que esa es la frase con la que él titularía la crónica sobre la presentación en Marbella de mi novela. A mí lo que me tiene sin dormir desde entonces es la frase de un asistente al acto, Agustín Casado, dibujante, escritor y muchas cosas más: yo le di una vez la mano al protagonista de tu novela. ¡Y dio detalles! Y fechas. Metaliteratura en estado puro. Realismo mágico. Al Casado este le hago yo un relato.

El viernes vi una de Woody Allen, 'Un día de lluvia en Nueva York'. Y no sé si este hombre está chocho y se repite o si su talento es inconmensurable y sigue haciendo películas deliciosas como las de su época dorada. El protagonista lleva una americana que es idéntica a una que aún no me he puesto mucho. No es esta la opinión punzante que se espera de un avezado cinéfilo, pero yo tampoco esperaba tener ahí, tanto tiempo, esa chaqueta varada. «Esta tibia chaqueta rumorosa que mi cuerpo recoge entre su lana», que dijo Rafael Morales. Algún día: «Conmigo no vendrá, que habré partido,y entre su mansa lana entretejida tan sólo dejaré mi propio olvido». Cumpliría años estos días Rafael Pérez Estrada. Conviene mucho este finde leerlo, con un martini de mar. No sé qué opinaría de que en Málaga las gaviotas se adentran mucho en tierra y son gigantes. Una observación típica de diarista, o sea.