Aún sigo atrapado en el infructuoso anhelo que me lleva a recorrer calles con nombres de escritores, como si esa fuese ya la única manera posible de sentirme bohemio. A riesgo de desgastar mi predilecta avenida del genial Valle-Inclán, muchas veces me desvío de la ruta más corta y no me salgo como debería a la altura de la calle Martínez de la Rosa. Enfilo, para continuar buceando en esa isla de asfalto, la circunvalación en la que la infancia de mi compañero Javi Lerena hubiese desplegado un Scalextric. Y, entonces, celebro que en las carreteras empiezan y terminan poemas como Ronda Oeste (N-340), en el que otro niño del barrio de Miraflores, el poeta, narrador y profesor José Luis González Vera, oficia «excursiones felices por arcenes repletos de despojos: latas, preservativos, pintalabios, algún tubo de escape». «Ahora circulo rápido por ella, evita retenciones, engaña a la ciudad y me devuelve con desprecio el peaje obligatorio de las horas que entrego cada día», concluyen más adelante los versos de un González Vera que acaba de alumbrar un nuevo poemario, Misericordia, en los incombustibles mástiles literarios de la mítica Imprenta Sur. La misma que lanzó, a modo de trampolín, un salvavidas que mantuvo a flote la joven poesía del 27 cuando el taller de los malagueños Emilio Prados y Manuel Altolaguirre se erigió en un cáliz milagroso, que invitaba a sus tripulantes a beber vino para los naufragios.

Debo, además, confesar que existen otras avenidas que escruto como un voyeur al que le encanta derrapar sobre la literatura que tanto ha leído. Cerca de dónde vivo, en la avenida que camino de Soliva y con hechuras de no lugar homenajea al escritor Antonio Soler, certifico el acierto de situar justo allí una vía llamada así. En ella, que a veces se ha asomado a las crónicas de sucesos, se palpa la brillante crudeza que brota en las novelas de este autor malagueño que ensalza a los perdedores y a los desheredados. Sin ir más lejos, el enclave podría recordar a otros cercanos al Hospital Clínico por los que discurre, al igual que en otros múltiples escenarios de la ciudad, la magistral Sur (Galaxia Gutenberg, 2018), en la que precisamente Soler emplea entre sus puntos de partida versos de González Vera extraídos de Los barrios lentos.

Sin embargo, cuando el coche se deja llevar por los dictados de la inercia y alcanza en la misma zona la avenida que desde la primavera de 2013 lleva el nombre de María Victoria Atencia, el maridaje no se disfruta tanto. Chirría que el guiño a la premiada poeta malagueña haya traspuesto hasta este páramo, en el que desembocó el imparable estirón del distrito de Teatinos.

Puestos a derrochar asfalto como metáfora de una obra poética en las afueras, las inmediaciones del Aeropuerto Pablo Picasso hubiesen resultado mucho más propicias. Allí hubiese rugido a la perfección el espíritu que mueve el alma de aviadora pionera que jamás ha perdido 'La Serenísima'. Llevaba razón el añorado gurú de Tabletom, Roberto González, cuando por Guadalmar, de vuelta de una entrevista en el coche del fotógrafo Jesús Domínguez, nos dijo: «Muerde el rollo, por aquí pasan los aviones con más frecuencia que el tranvía de El Palo».