Finaliza el bullanguero y disfrazado carnaval. La sátira y la crítica se han movido dentro de los parámetros normales, provocando más la risa para el disfrute que la denuncia para el cambio. Ahora comienza la Cuaresma, un tiempo que nos puede venir muy bien, no solamente para la vida cristiana y espiritual, también para evaluarnos a nosotros mismos, revisar comportamientos y actitudes y así poder mejorar nuestro clima social y de convivencia. Abundan más los carnavaleros que los cuaresmeros. Se lleva más reír y lamentar que pensar y actuar. En la Iglesia española está a punto de efectuarse un cambio que tiene importancia. La próxima semana primera de marzo, en el seno de la Conferencia Episcopal Española, habrá nuevo presidente de los obispos españoles. Después de dos trienios, finaliza su tiempo el cardenal Ricardo Blázquez, arzobispo de Valladolid, un "vir bonus", de extraordinaria formación, catedrático de la Pontificia de Salamanca, por lo que me confesó un amigo profesor cuando le hicieron obispo: "se ha perdido un gran teólogo" Le ha tocado lidiar unos años oscuros, difíciles, llenos de incertidumbres y abocados a cambios inesperados tanto en lo políticosocial como en la iglesia. Incluso en el colegio de los obispos es manifiesta la disparidad de criterios y, como leo en revistas oficiosas, hay una cierta división a la hora de pensar en el modo y formas de evangelización y optar por acciones prioritarias pastorales. Van a estar interesantes y, según anuncian, con manifestaciones de asociaciones de mujeres católicas delante de las catedrales. Una mayor clarificación del proceso abierto de la mujer en la iglesia corre prisa. Para la elección no se presentan candidaturas, pero sin duda hay consultas, intercambio de pareceres, búsqueda de consensos y se invoca la luz del Espíritu Santo. Pero éste necesita intermediarios como el sacerdote Elí para el profeta Samuel. En algunas revistas y medios eclesiales comienzan a salir nombres, hacer pronósticos y apuntar opiniones. Los que más suenan son el cardenal de Barcelona, D. Juan José Omella y nuestro arzobispo D. Jesús Sanz, como líderes y representantes de dos sensibilidades mayoritarias. Algunos sugieren que pueden formar la bina de presidente y vicepresidente. Otros sugieren que hay que dar paso a generaciones más jóvenes. Es evidente que la Iglesia española necesita un empujón, un salir de su afonía y quietud, un enfrentarse a una nueva y muy distinta situación que plantea retos que necesitan, además de entusiasmo, lucidez y coraje. Es lo que manifiestan los asistentes al Congreso de laicos "Pueblo de Dios en salida". Estamos viviendo otra transición. La iglesia no puede quedar al margen. Tiene que ejercer la misión que le corresponde. Necesita un epígono de Tarancón, acertar con esa persona que sepa escuchar, aunar voluntades y, en sinodalidad (palabra muy conciliar y actual), encontrar los caminos de una iglesia del presente y del futuro. Los señala con acierto el papa Francisco. Es sorprendente que él ocupe los primeros lugares en la valoración y la iglesia los últimos. Materia para la reflexión cuaresmal y emprender "la conversión pastoral". La peor actitud que puede provocar es la indiferencia. Como todos los inicios de la Cuaresma, en el evangelio del próximo domingo nos encontramos el pasaje de las tentaciones de Jesús en el desierto. ¡Como para no reconocer que las tenemos! Hay dos que causan daño especial: la de una "iglesia autorreferencial" encorvada, miedosa y amurallada sobre sí misma, "conservadorona"; y la de una iglesia clerical en que los seglares todavía necesitan tutela para sus pronunciamientos e iniciativas en la misión de evangelización que a ellos les corresponde. Ya han surgido algunos movimientos laicales eclesiales que dan imagen por sí mismos de iglesia comprometida. Y se ganaron respeto.