Llegan ya al Mediterráneo las avanzadillas de la pandemia conocida con el bello nombre del coronavirus que creíamos controlada en la lejana y aún algo mítica China continental. Los hechos nos demuestran que no estamos aquí del todo a salvo. Nuestro mundo occidental, alegre y confiado entre bromas y veras, toma ya sus primeras cautelas con creciente demanda de la mágica mascarilla protectora en las farmacias. Formamos parte de un todo que nos condiciona siempre y no es fácil sustraerse a favor o en contra, incluso del inconsciente colectivo que la misma situación radicaliza. Mediado el siglo anterior apareció la llamada «gripe asiática» que causó al parecer una gigantesca mortandad en el mundo. En cualquier caso, no demasiada según los expertos, gracias a que ya existían los antibióticos. Todo es interpretable. Aún recuerda uno su infancia de posguerra con aquellas vacunaciones colectivas contra la viruela o el tifus. Riesgos propios de tiempos de precariedad y de servicios públicos de batalla que se procuraban incluso en camiones itinerantes por los barrios de la ciudad con los escasos medios del momento. Aún peor había sido al parecer la que se conoció, injustamente, como «la gripe española» extendida a raíz de la primera guerra mundial en 1918.

Conflicto que causó, se dijo, millones de afectados y muertos a millares con gases asfixiantes y otros refinamientos para matar a muchos enemigos de una sola vez. Alucinantes epidemias y plagas las que padeció el mundo en cualquier caso y las que se sospechan en tierras conquistadas de otros continentes. Por no hablar de la temida tuberculosis, a raíz de la guerra civil española, de la que ignoro si hubo estadísticas fiables, pero casi mejor que no las haya. Grecia, Roma, África, el mundo entero€ La historia -y no digamos la prehistoria- recoge referencias de pestes: negra o bubónica, cólera, tifus, sarampión, ébola, gripe asiática (1957, con cuatro millones de enfermos), la aparición del sida con cifras millonarias de afectados... Todo un catálogo terrorífico que añadir a los de las alucinantes masacres en las guerras más o menos mundiales de los últimos siglos. Precisamente, las mayores matanzas de la historia entera han sido las del siglo XX, el más civilizado y al tiempo el más mortífero de la historia del mundo. Hiroshima y Nagasaki se borraron del mapa con dos bombas atómicas que, en su versión posterior, seguro no abultan cada una más que una maleta no muy grande para ir de vacaciones. Las he visto de cerca dentro del portaviones «Saratoga» cuando la guerra fría. Algo hemos avanzado porque a nivel mundial se ha consensuado la prohibición de las armas de destrucción masiva. Lo que quiere decir, entiende uno, que en caso de conflicto armado habremos de matarnos unos a otros con armas convencionales, es decir, poco a poco y no de una sola vez. ¿Verdad que es un avance?