Para qué engañarnos, una parte de Catalunya, la que nuclea el secesionismo, se ha independizado. Metidos en su mundo, con un solo valor y una sola unidad de medida (la independencia) a los que subordinan cualquier otro problema social, insonorizados a todo discurso que no sea el que mueven sin tregua en su cabeza, negados a entender cualquier historia o relato que no sea el propio, interactuando sin cesar consigo mismos, hipersensibles y a la vez agresivos, empeñados en ser antipáticos en España para evitar cualquier riesgo de empatía, han logrado convertirse en problema para los demás y sobre todo para ellos mismos. Esto justifica cuantos esfuerzos se hagan del lado de acá, o sea, de España y de la España que aún queda en Catalunya (la mitad o más) para paliar el mal. Pero una terapia valiente pasa por examinar cuánto de aquella sintomatología pueda haber también en nosotros.