Nos hizo creer que teníamos alas. "El abuelo" no parecía gran cosa, pero tampoco el equipo ascensor, el modesto club blanquiazul con casi cien años de Historia cuando él lo entrenó, lo pareció nunca (pese a aquellos nueve goles de Bazán al Hércules hace 72 años o a aquella victoria malaguista por 6-2 frente al Madrid hace 36 años o la del 5 a 1 del Málaga sobre el Barcelona hace 17 años), excepto para la afición malaguista.

No suelo hablar de fútbol en esta columna. Quizá ahora tampoco lo esté haciendo.

Joaquín Peiró tenía más de 60 años cuando vino a entrenar al Málaga en 1998. Aquel año se celebraba la primera edición del Festival de Málaga. Algo se movía en el ambiente que se iría consolidando en la Málaga en ciernes. Incluso en el malaguismo, que había tocado fondo con la casi desaparición del club y que tras una serie de hábiles vicisitudes que pasaron incluso por el equipo filial había vuelto a estar ahí, al menos en la división de plata. Peiró lo cogió en Segunda y en un año lo puso en Primera y el modesto y jovencísimo nuevo Málaga le ganó al Barcelona 1-2 en el Camp Nou. Entre aquellos chavales sin cláusulas millonarias estaban mezclados canteranos, españoles y algunos sudamericanos sin brillo mediático: Bravo, Basti, Movilla, Rufete, Roteta, Sandro, Catanha, Dely Valdés (un no marcador suficientemente lento que marcaba, como marcó dos goles en Europa, porque hasta Europa llegamos con Peiró) o Darío Silva, entre otros de aquellos jugadores recordados por muchos.

A Catanha, entre otros, lo entrevistamos en 2005, cuando el productor malagueño José Enrique Sánchez (VídeoSur Tv) y yo nos empeñamos en sacar adelante aquella serie de cinco documentales de casi una hora de duración cada uno: "El Málaga. Un siglo de Historia blanquiazul", que aún se puede comprar en DVD en las tiendas "Photoshop" en Málaga. Hace un par de meses, para la radio, entrevisté a Darío Silva como quien entrevista a un viejo ídolo, como cuando el niño que aún me habita ve y saluda al pajarito Ben Barek de aquel CD Málaga de mi infancia en algún acto oficial o conmemoración del actual Málaga CF. Su historia de superación personal -en su caso con la ayuda de su fe cristiana- desde que un gravísimo accidente de coche le dejó sin su pierna goleadora, me impresionó y su luminosa personalidad me arrancó algunas sonrisas. Todos ellos jugaron durante cinco temporadas con Peiró. Jugaron sin complejos tutorizados por "el abuelo", el sencillo, firme y apacible veterano que había sido un valioso y rápido jugador internacional -jugó dos mundiales- en la nómina del Atlético Madrid. Por eso los atléticos le llamaban "El galgo del Metropolitano". El fallecimiento de Peiró me sirve para no hablar de fútbol, sino de responsabilidad individual.

Ojalá quienes, siendo buenas personas desde jóvenes, saben más que nadie y templan como pocos los reveses habidos y por haber por ser ya "abuelos", no se muriesen nunca. Y mucho menos sin el abrazo de los suyos, a causa del protocolo anti contagio, como ya han muerto y pueden morir muchos mayores por el coronavirus. Por todos, pero, sobre todo, por ellos: Quedémonos en casa.