Le llaman COVID-19 y la gente de a pié lo conocemos como el Coronavirus, y desde China se nos informa a occidente que su infección empezó en noviembre del 2.019 y que la callaron posteriormente por espacio de más de un mes, durante el cual se propagó a una velocidad insospechada en aquella extensa tierra, con unos gobernantes que quisieron ocultar sus efectos hasta que su incontrolado crecimiento e enevitable divulgación filtrada en los medios, dió al traste con su secretismo desacreditando su comunismo al no haber tenido la humanidad de evitar miles de muertos por pandemia en su territorio, y posteriormente en todo el mundo, en especial Europa.

Esta pandemia, a diferencia de las múltiples plagas habidas en el pasado, nos ha enseñado a ceñirnos en una disciplina distante, con marcarillas, extremadamente higiénica, que lo combata y consiga parar su mortífera expansión mundial.

Ataca a los más débiles haciéndonos llegar a situaciones mortíferas y de extema gravedad, cuando consigue que los menores portadores nos contagien inconscientemente con el virus, porque aprovecha nuestras patologías crónicas en edades avanzadas eliminándonos, no así en la fortaleza de los más jóvenes que consiguen felizmente superarlo. Nuestro confinamiento temporal y la higiene, deberán permitir que se pare solidariamente la infección, como ya han hecho chinos e italianos, siempre que los políticos no hagan política y se pongan de acuerdo acertando en sus estrategias, y que la población no discuta su acata-miento y las cumpla a rajatabla.

No vemos el virus pero está ahí. Otra cosa sería que fuese visible y pudiésemos observar cómo se mueve, esperando con impaciencia, la vacuna definitiva que ya se está investiando en diferentes laboratorios, empezando por los retrovirales que impidan el acostumbrado y temido contagio.

Luis Vinuesa Serrate

Málaga