Tras observar diferentes vídeos de la urbe vacía; de una Málaga desocupada y comprometida desde su reclusión en la lucha contra esta atribulada epidemia, recuerdo a todos los que asumen esta cruzada en la más profunda soledad.

Según los expertos, la soledad en sí misma no conlleva una experiencia negativa sino todo lo contrario, pues hallar ocasiones de vínculo con uno mismo es sustancial para el bienestar humano, es lo que se denomina la soledad anhelada. Sin embargo, el problema se agrava cuando hablamos de la soledad doliente, aquella que genera un efecto de desvalimiento, de un abandono y exclusión no deseados.

En este tiempo complejo, esbozado por la incertidumbre, las alarmas y los temores, la soledad encontrada por muchos de nuestros mayores la califico de ingrata. Aquellos quienes nos llevaron entre sus brazos en volandas hacia un futuro de desarrollo social, económico y cultural sin pedir nada a cambio; los mismos que padecieron una infancia marcada por unos años cruentos y enrevesados vividos en una posguerra civil muy ardua y que sin muchos recursos supieron colaborar en la construcción de una ciudad como Málaga, enclave donde los sueños se conforman en una vida rutilante.

Sí, en estos momentos de un retiro impuesto convertido en vacuna, tenemos que ver a través de sus miradas añejas y sabias y reflexionar sobre el enorme reconocimiento que se les adeuda. Curiosamente, la soledad tiene nombre de mujer. Según el Instituto Nacional de Estadística, casi 2 millones de personas viven solas en España, de las cuales el 71,9% son mujeres. Cuando despertemos de este desasosiego, el cual está cambiando implacablemente nuestra percepción de la subsistencia, debemos retornar hacia nuestros mayores ya que el arte de envejecer es la técnica de conservar alguna esperanza.