"Cambian la hora pero da igual", reza el titular de un periódico. El periódico es viejo, o sea, de hace unos días. Pero da igual también. No sabemos si el redactor de ese titular es un redactor cansado, derrotado y harto o es un redactor filósofo que da en la diana. Resume a la perfección un estado de ánimo. Y es verdad. La tarde es más larga, pero no podemos disfrutarla. Si es que estar en casa con un buen libro no es disfrutar, claro.

El cambio de prioridades es esto, un exacerbado 'daigualismo'. Da igual. Va dando igual la hora en la que te levantas, va dando igual que esto sean tres o cuatro semanas más mientras, efectivamente, no sea más tiempo y peor. Mientras, efectivamente, no estemos hablando de meses. No por Dios.

Los pronósticos cifran las muertes en 30.000 al final de la pandemia en España, o sea, el doble de las que cada año hay por gripe común. Y eso no da igual. El relativismo entra por la ventana y es lo único que entra, el aire va adquiriendo esa quietud del buen tiempo. Queda empero lluvia por caer. Ya nos dan igual muchas cosas mientras la vida no recupere su esplendor. Otras, descuidadas, comienzan a importarnos más. Se ha quitado uno importantes coñazos y obligaciones, citas y presencias y hasta eso comienza a echar de menos el cronista, igual que usted.

Está en juego nuestra dignidad como especie, dijo un día hace poco en una lúcida intervención en el Festival de Filosofía de Málaga Javier Gomá. Dignidad, creo, al menos en este caso, es atender a los débiles. Quedarse en casa. Colaborar. Dignidad como especie, no individual. Da igual cuando lea esto. Muy fan del redactor de La Vanguardia, que incide a cinco columnas en que las prioridades ahora son otras, poniendo en claro las chorradas de prioridades que teníamos antes. Nos han detenido el tiempo para que nos repensemos.

No hay que presentar una enmienda a la totalidad a la vida que llevábamos antes, y que anhelamos, no, pero sí es cierto que estamos ante una gran oportunidad de reprogramarnos. Y de levantarnos tarde.