Todo el mundo sabe que las personas con síndrome de Down tenemos discapacidad intelectual. Quizás es algo más desconocido que, además, tenemos más posibilidades de tener enfermedades cardiacas y presión arterial alta. Ello nos convierte en población de riesgo en esta crisis sanitaria. Igual que nuestros mayores y otras personas con 'patologías previas'. Pero contra el aforismo de la ley del más fuerte, se imponen los valores. Afortunadamente, nuestra sociedad ha madurado mucho y siento que la mayoría de los ciudadanos está arrimando el hombro. Y aunque todavía resuena su eco, ya es minoritaria la estremecedora y genocida frase «esta enfermedad solo afecta a personas mayores o enfermos crónicos». Sin embargo, y a pesar del camino avanzado, hay una conclusión a la que estoy llegando durante la cuarentena: el profundo desconocimiento que aún se tiene de la discapacidad.

Durante mi clausura, desde algunas tribunas de opinión y entrevistas he apelado al valor de la empatía, como única garantía de supervivencia en estos extraños días. Hoy, me gustaría poner en valor la importancia de no juzgar, todo un reto en una sociedad en la que la descalificación es el deporte nacional. Si algo tengo claro es que nuestro mapa mental está configurado por experiencias, valores y creencias que hemos ido conformando a lo largo de nuestra vida. Y no hay dos iguales, sino que cada persona tiene el suyo. Por ello, cuando juzgamos a la ligera, estamos sacando a relucir las lagunas o vacíos de nuestro mapa particular. En efecto, el desconocimiento hace mucho daño. Estos días, por ejemplo, se ha palpado en los abucheos que han recibido niños con autismo y sus padres, que han salido a la calle por necesidad, encontrándose con comentarios hostiles de personas que seguramente no conocen ni de lejos su situación. ¿Con qué carga emocional volverán esos padres a sus casas? Me atrevo a decir que muchos arrastrarán la incomprensión como una pesada losa que puede conducir a situaciones de riesgo psicosocial. Porque esta crisis no solo pone en riesgo la salud física de muchos ciudadanos, también la estabilidad emocional, en este caso de muchas personas con discapacidad y sus familias.

Y aquí me viene a la mente otro grupo de personas especialmente vulnerables: las diagnosticadas de depresión y ansiedad, que pueden ver cómo los sentimientos de incertidumbre, tristeza o soledad se disparan durante estos días. ¿Cómo acompañarlos cuando tenemos terminantemente prohibido -como es lógico- movernos de casa? Afortunadamente, tenemos a disposición recursos tecnológicos que hoy nos permiten salir del aislamiento. A veces, un mero telefonazo o una videollamada de alguien que te escucha, pueden resultar muy reconfortantes. Espero que esta crisis también sirva para desplegar los recursos que sean necesarios para reducir la brecha digital, que hoy es un básico para la inclusión.

Por último, también me acuerdo especialmente hoy de otras víctimas que ya no son dobles, sino triples. Mi trabajo en la Fundación Adecco me ha permitido darme cuenta de la importancia de las relaciones sociales para las mujeres víctimas de la violencia de género, que hoy deben permanecer recluidas por obligación. ¿Cómo estarán viviendo estos días? ¿Qué huella emocional les dejará el confinamiento? Solo espero que, el ansiado momento en el que volvamos a salir de casa, lo hagamos humanamente fortalecidos, más empáticos, comprensivos, solidarios y dispuestos. No permitamos que esta crisis nos deje indiferentes. Interioricemos que todos estamos en el mismo barco, pues hasta que no lo hagamos, no habremos entendido de qué va esto de la vida.