Había que plantarse, damas y caballeros, y aquí me planto. Ya toca, Hasta aquí llegó la gran riada del infortunio y la desazón, la zozobra de la incertidumbre, justo hasta esa marca en la columna, dos palmos por encima de lo que parecía que éramos capaces de soportar. Tanta soledad en compañía, haciendo cábalas de noche y de día, sobre lo que vendrá, unos y otros; maridos, mujeres, padres y madres, hijos e hijas, todos aguantando el tipo, tirando de farol, poniendo buena cara con la procesión por dentro, sin una certeza a la que agarrarse, como náufrago a madero. Se acabó la pena, la pena seca, la pena improductiva, el laberinto que no acaba.

Ya no tengo que buscar culpables, que ya los he encontrado y no los olvido. Ahora lo que toca es abrir las ventanas y ventilar. Lo que quiero es irme al cine a ver una película, aunque sea mala. Lo que quiero es dejar de pensar en ciencia ficción, e ir buscando el huequecito. Lo que quiero es que todos estemos bien, más o menos bien. Saldremos de esta. No todos, que ya nos muchos faltan, pero incluso ellos nos acompañarán en el buen recuerdo. A sentarnos al sol, a que nos mojen los pies las olas, a oir las risas de los adolescentes, a que nos dé el viento en la cara, a encarar todo lo que nos queda por delante.

Leo en las 'Meditaciones' de Marco Aurelio - ese botiquín de temple para cuando las cosas se ponen cuesta arriba, que hay que tener en la mesilla de noche junto a las gafas de leer y en lugar de las pastillas de valeriana - esta frase : «No vivas como si fueras a vivir diez mil años. Tu destino pende de un hilo. Mientras estés vivo, hazte bueno». Que será, será.