La película Cuando éramos soldados (2002), dirigida por Randall Wallace, rememora una batalla histórica en noviembre de 1965 en el valle de la Drang, Vietnam. El teniente coronel Hal Moore (Mel Gibson) dirige sus tropas en el primer gran choque entre el Ejército de los Estados Unidos y el de Vietnam del Norte y el Viet Cong. Casi al final de la película, Joe Gallowey (Barry Pepper), un valiente reportero que acompañaba a las tropas, le dice al jefe de su batallón:

- Señor, yo no sé cómo contar esta historia.

- Tiene que contarla. Hable de los que murieron -le contestó su superior-.

Muchos años después, Pablo Casado decía en el Congreso que no le gustaba llamar guerra a la que se está librando contra el Covid-19, porque, dijo, nadie gana. ¿Cómo que nadie gana?, si la historia se explica, precisamente, por los que vencen. Pero muy cerca de él, sentados en sus bancos granate pálidos, otros pensaron que esta contienda hay que contarla por sus muertos, tanto por su número como por su recuerdo. Uno de ellos le dijo a su compañero de bancada, «lo cierto es que el cielo ha mejorado con la presencia de todos los que se han ido», y su interlocutor le contestó sin mirarle, «los que todavía estamos aquí, no lo olvidaremos jamás».

Al mediodía, los dos diputados, de provincias, almorzaban en casa de un tercero, de Madrid, muy cerca del Retiro, que los había invitado sin cavilar demasiado acerca de si se trataba de una imprudencia, todo para no sentirse tan solo estos días. ¿O acaso los diputados no estamos excluidos del real decreto del confinamiento? Ya en la mesa, hablaban distendidamente guardando cierta distancia y relativamente contentos porque hacía casi mes y medio que ninguno de los tres mantenía un almuerzo fuera de casa. El anfitrión se sintió obligado a abrir el fuego.

- Lo importante es que el presidente debía haber proclamado el estado de excepción, el estado de alarma ha dejado en suspenso el ejercicio de derechos fundamentales y libertades públicas.

- Así es -hablaba el de más edad-. Los preceptos constitucionales de alarma y excepción, han sido desarrollados por una ley orgánica de 1981, y está claro que al amparo de la alarma en ningún caso se puede llegar a la suspensión de derechos, como la libre circulación por el territorio nacional, la libre expresión o el derecho de reunión y manifestación, entre otros. Es más, el Tribunal Constitucional se ha pronunciado y dice que la declaración del estado de alarma no permite la suspensión de ningún derecho fundamental, aunque sí la adopción de medidas que pueden suponer limitaciones.

-Pues yo -ahora hablaba el único diputado andaluz de la mesa- lo que creo es que lo primero que se sacrifica al miedo es la libertad, y me preocupa cómo volveremos a la normalidad. Lo de las ruedas de prensa de gobierno pregunta a gobierno son una nimiedad comparadas con lo del general, y lo que no sabemos.

- Pásame un poco de vino, el Protos nunca falla -replicó el de pelo gris perfectamente engominado-. Vamos, que no se puede criticar al Gobierno, pero sí al Rey o excusar el golpe secesionista.

- Nunca nadie ha tenido más poder en la España democrática que Sánchez, fijaros en una cosa... ¿por qué creéis que el presidente del Gobierno no ha declarado el estado de excepción? En mi humilde opinión -el más joven pensó que eso de humilde...- porque habría tenido que someter sus decisiones a un debate previo en el Congreso, y eso nunca. En la declaración de alarma el Gobierno dicta sus medidas y solo «da cuenta» al Congreso, veis la diferencia, en la declaración del estado de excepción el Gobierno tendría que presentar su propuesta, ojo, previamente, ante la Cámara pero sobre todo... -se paró creando cierta expectación en los otros comensales- habría tenido que discutir y quizá admitir las contrapropuestas de los otros grupos.

- Pues dile a Pablo que le diga a Sánchez que proclame el estado de excepción...

- Ese es el problema.

- Vamos a brindar, que la vida son dos vinos.

Julio Cortázar había escrito a mano estos versos:

Y cuando todo el mundo se ibay nos quedábamos los dosentre vasos vacíos y ceniceros sucios,qué hermoso era saber que estabas ahí como un remanso,sola conmigo al borde de la noche,y que durabas, eras más que el tiempo

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