Ese símbolo que pretendes que signifique sólo lo que tú piensas, quieres o exiges, es en realidad el mismo que da amparo también a todo lo que detestas y desapruebas. Ese símbolo al que reduces todo tu discurso porque lo tuyo no es la palabra, engloba también a todos los otros discursos que te contradicen sin decir nada. Ese simple símbolo no es tan simple como el que lo simplifica, cuarenta y seis largos millones de matices lo confirman.

Esa bandera que sacas para protestar o pedir no sé qué, no es exclusivamente tuya y llevarla a modo de improvisada capa, chaleco, muñequera o mascarilla, no legitimiza lo que sea que pidas, si es que pides algo, porque entre tanto grito y mano alzada apenas se distingue el ruido de la palabra. Esa bandera que agitas con rabia no te representa sólo a ti, ni se vuelve más tuya en las manos por más que la aprietes contra el palo, y promover el odio con ella la vuelve más pequeña por muy grande que sea la tela que ondeas, esos colores que con tanto orgullo exhibes se apagan sin embargo con tus pocas luces.

Ese país que clamas o añoras, esa España que dices que reconquistas a lomos de un caballo que relincha odio y rebuzna siglas sí es toda tuya si quieres, adelante, ve a buscarla a los yermos campos de tu enfurecida imaginación y métela en el capazo de tu entendimiento hasta saciarlo y llévatela luego lejos si es que llegas y si no, regresa, si encuentras el camino de vuelta.

Pero cuidado no te pierdas de nuevo que España -ya lo sabes-, es un gran país, en eso llevas razón; cabe el que empuja, el que se aparta e incluso todos aquellos que que por no encontrar solución alguna engrosan la lista de problemas, España es muy grande, sí, hasta cabes tú.