Hay guerras que no acaban de repente, y tras el triunfo de un bando o el armisticio siguen periodos confusos, en los que algunos combatientes no se creen que haya terminado. El caso más notorio es el de los resistentes de Baler en 1899 («los últimos de Filipinas»), pero al final de nuestra Guerra Civil los milicianos echados al monte albergaban esperanzas de que su resistencia enlazara con la guerra a punto de estallar en Europa. Algunos de los derrotados escondidos durante años (y hasta décadas) debieron de pensar igual. ¿Cuánta gente sigue todavía encerrada en sus casas tras el levantamiento del Estado de Alarma? No será solo por miedo, sino que la adaptación a un nuevo medio habrá generado cierta zona de confort, mientras afuera el mundo ha vuelto a girar, tan loco como siempre. ¿Rezagados? Atención, a lo mejor el tiempo y una nueva invasión los acaban haciendo avanzadilla.