Sería una barbaridad que a estas alturas de la nacionalización de las nóminas, como ha llamado a los ERTE un teórico del proletariado (todavía los hay), los empresarios no vivan una deconstrucción de su viejos entusiasmos ultraliberales y a la vez una reconstrucción de su aversión al Estado-papá. Hace unos meses, eran aguerridos defensores de las bondades del libremercado y de la desregulación de todo lo que arbitrase el poder público y entorpeciese la oferta y la demanda. La pandemia y sus estragos nos devuelve la vigencia del intervencionismo en la economía para corregir situaciones como el paro, y lo más curioso de todo es que el salvavidas se los moldea una ministra cuyo origen político está en el Partido Comunista. O sea, que se remueven los cimientos: ni era verdad que a los empresarios les daba igual el paro, como un excrecencia del sistema productivo a la que nos tenemos que acostumbrar, ni tampoco que los se ventilaron con el marxismo sólo apuntaban al objetivo revolucionario. La conclusión podría ser que que nunca lo vio tan claro el poder económico, pese a su tradicional apego a la derecha. En las circunstancias más dramáticas de la Covid-19, con la curva firme, ajena a cualquier desarme, se clamaba por algo parecido -imposible hacer lo mismo dado que ya no somos los mismos- a los Pactos de la Moncloa. Lo más cercano a aquel mito nacional son los ERTE, timoneados por una dirigente excomunista (aunque nunca se deja de serlo) que ha logrado cerrar una prórroga del instrumento, una pieza idónea mientras se aprovechen de ella los que realmente lo necesitan y mientras no se convierta en un un mecanismo que retarde el despertar de la iniciativa privada en busca de beneficios. Todas las bonificaciones o subvenciones tienen su lado bueno y malo: una solución a la larga desfondaría la caja del Estado y domesticaría en exceso el estímulo del riesgo, pero hasta interlocutores tan ortodoxos -menos con la crisis financiera- como el Banco de España consideran que es la única salida a corto plazo. La emergencia sanitaria ya ha puesto sobre la mesa una transformación clave para el entendimiento de esta época: muy pocos gobiernos de la UE firmarían ahora mismo por una solución como la de la crisis de 2008 con tanto daños colaterales. Hasta los mismos empresarios son conscientes de ello, una predisposición que, a buen seguro, les llevará a aceptar un reforma fiscal más redistributiva para salir de la crisis de la pandemia.