La pandemia con todos sus muertos se está llevando por delante el sistema. Málaga aún está con decimillas pero sacando pecho. Es el enfermo clásico que dice que está bien pero se le nota la mala cara. Algo pasa. O mejor dicho, algo no pasa. No pasa gente por las calles. No hay el movimiento pre coronavirus y el sistema de engranajes con el que Málaga se mueve está poco engrasado y sin posibilidad de reparación.

Tanto es así que, en los últimos días, estamos observando con una preocupación extraordinaria la realidad del asunto: no llega tanta gente como se esperaba, el público local le da la patada voladora al centro y cada vez son más los negocios que se plantean arrancar en septiembre y esperar a verlas venir. Quizá ya plantean los eres tras los ertes o simplemente buscan nuevos modelos para poder sobrevivir y comer.

Llevar un jornal digno se ha convertido en odisea en «la nueva Barcelona». Y eso se nota y mucho en el día a día. Antes, entre el empleo que se generaba y el movimiento, quizá parte de la situación fuera la misma pero el sistema te arrastraba de tal manera que funcionabas de igual forma y no se sentía tanto el dolor.

Dolor que, en el caso de Málaga, sigue con paliativos y será en septiembre y octubre cuando realmente golpee con dureza a nuestra tierra. Vienen tiempos difíciles. Muy malos. Números rojos para una ciudad donde hasta nuestro querido alcalde ha bajado la guardia. Se nota un cambio de ritmo. Se percibe algo menos enérgico y quizá sea una pista evidente de que algo está cambiando -a peor-.

Y dentro de esta noria de problemas a los que nos estamos enfrentando, se encuentra de manera clara y notoria el punto muerto en el que se encuentra la cultura. Un ralentí que deja patente que cuando se hablaba de un museo como «motor turístico» el asunto no iba falto de verdad. Cultura, toda la del mundo, pero sostenida claramente por el turismo. Supongo que como en cualquier sitio. Aunque sí que es cierto que existen espacios culturales y expositivos que sí se consumen proporcionadamente por turistas y gente de por aquí.

La cuestión es que esto se acaba. Hay hoteles cerrados como también hay espacios culturales a cal y canto. Solamente hay que pasar por la plaza del Obispo donde se mantiene con cerrojo el Palacio Episcopal. Una gran apuesta por la cultura por y para Málaga que, tras su alquiler a un tercero, bien parece que estuviera perdiendo el lustre y esplendor generado en la época de Otalecu donde se percibían otros estilos -de producción propia y estudiada- y cuyos ecos aún retumban en los mentideros culturales con Mena como punta del iceberg. Y cerrado está. Uno de los iconos expositivos y monumentales de la ciudad está cerrado literal.

¿Cómo se entiende tal cosa? Con el turismo como pretexto y contexto de todo. Es mentira que haya cultura pensada en exclusiva para el público local y con las miras puestas en atender las necesidades y exigencias de ellos en primer lugar. No es cierto que el turismo sea la cara B del trabajo realizado y si viene bien y si no también. Y está quedando claro. Y el ejemplo lo tenemos en una irrealidad que estamos viviendo ahora mismo. Con conciertos «boutique» para treinta o cuarenta en un museo que es una mole cultural de primer nivel europeo.

Y es que el asunto parece tan insostenible como comprarte el melillero para ir de Guadalmar a los Baños del Carmen.

Supongo que habrá que replantear muchas cosas. Y costes. E incluso obtener datos honestos y reales -que quienes trabajan en esos lares los manejan- sobre la incidencia real de los museos actuales en la ciudadanía local. Y saber si realmente hay ese filing que se le presupone pero que solamente asoma la patita en La noche en blanco y por razones del todo ridículas. Es bueno contar cuanta gente de verdad y de Málaga consume esos museos. Y cuando hablamos de verdad lo hacemos pensando en los ciudadanos que acuden por su propio interés y sacan su entrada. Sin promociones, sin regalos, sin días gratis para engordar los números y sin entradas compradas por las administraciones para justificar que la cosa va bien. Hablo de realidad real. Verdad verdadera.

Si la cosa vuelve a su sitio no habrá pasado nada. Salvo que por el camino quede una prueba evidente que la Málaga cultural se demuestra en estos tiempos y la cosa parece que no tira. Quizá también sea la hora de replantear el número y la cantidad. De pensar en acciones más competentes y enfocadas a Málaga ofreciendo nivel y no cositas anecdóticas de esas que se presentan con un roll up en el patio del ayuntamiento y a volar.

Cosas potentes y buenas que atraigan al público en general y al consumidor en particular que observa cómo se va cayendo el castillo. Todos tenemos asumido que la cultura es deficitaria. Pero se comprende pues resulta necesaria y debe ser así. Pero quizá, en nuestra situación actual, ese déficit y descuadre de gastos deba responder únicamente a la apuesta segura por acciones de calidad y no a una sobredimensión de espacios que quizá no tengan el recorrido o planificación suficiente como para poder sostenerse y merecer la pena.

Y a todo eso siempre habría que sumarle la mínima experiencia de quien rija los designios de la cultura de una ciudad importante como es Málaga. De igual manera que los ministros suelen elegirse en muchos casos por tener relación con la materia, sería interesante que quien defina el espacio cultural tenga cierta experiencia en el asunto -y si ya de paso es de Málaga pues quizá también sea mejor-. Y si no, que lo tengan sus asesores. Y oye, que de todo se aprende, pero por el camino queda una ciudad en ayunas donde son los privados los que te sacan las castañas del fuego. Si no fuera por Picasso y las aportaciones que ha hecho la Iglesia hasta hace unos meses, las cosas estarían más que contadas con los dedos de una mano. Y oiga, eso tampoco tiene mucho sentido.

A ver si los de la capitalidad cultural iban a tener razón€ Y entonces nos iríamos a tomar viento. Y con motivo.

Viva Málaga.