Pasaron aquellos tiempos belicosos en los que reclutaban a jóvenes, que empezaban a vivir con todas sus ganas e ilusión, y los lanzaban al combate como si fueran marionetas inermes, como escudos protectores abocados a una muerte casi segura. El siglo XX se distinguió por una sucesión de cruentas guerras, planificadas por estrategas carniceros que no respetaban las vidas de sus hombres, muchos de ellos eran jovencísimos soldados que apenas habían despertado a la vida, como aquel niño soldado, Sidney Lewis, de apenas trece años. Miles de niños menores de edad fueron reclutados durante la I Guerra Mundial. La siguiente gran contienda no iba a ser menos, en todos los bandos y en todos los frentes. Quizá sea la Guerra de Vietnam una de las más conocidas por sus innumerables bajas de jóvenes inocentes que fueron conducidos a una masacre despiadada. Los supervivientes tuvieron que lidiar con sus miedos y sus traumas hasta el fin de sus días. Muchas de las contiendas que se libran en Oriente son sustentadas por jóvenes y niños, sin ningún rigor humanitario. Nuestra lamentable Guerra Civil también sacrificó a jóvenes y púberes de ambos bandos en pos de la libertad. Precisamente la contienda USA vs. Vietnam, junto a otra serie de circunstancias globales, fue el germen del Mayo del 68 que, aunque se inició en Francia, se extendió, como una ola, por otras zonas del mundo.

Los adultos se aprovecharon de su fortaleza, su ingenuidad y su gallardía para destrozar miles de sueños porque aquellos infravaloraban lo que era una vida prometedora y lozana en pos de sus intereses partidistas e inmorales en muchos casos. ¿Qué fue de aquel espíritu reivindicativo, rebelde y luchador? Es cierto que la rebeldía acompañará de la mano a la inquieta juventud y parece que el conformismo sea algo antinatural durante la etapa vigorosa de la vida. Parece como si la Historia, por otra parte, haya evolucionado y haya salido de su estancamiento gracias a aquellos jóvenes bravos que luchaban por un mundo más justo y equitativo. ¿Y ahora que está ocurriendo? A muchos el mito de la justiciera juventud se nos desvanece cuando a diario aparecen docenas, cientos o miles de jóvenes congregados en una interminable bacanal de alcohol y jolgorio sin las habituales medidas de seguridad que todos conocemos para detener el avance de la Pandemia, que ya sabemos que se ceba especialmente en los mayores: sus padres, tíos o abuelos. Me cuesta creer que la juventud haya cambiado tan radicalmente, que solo busque su gozo personal, su carpe diem particular y su egoísmo diferenciador que la están desdibujando de todo aquello que fue.

Parece que la juventud se moviese tan solo por impulsos eléctricos, sin atender a razones porque está situada en el oscuro mundo de la sinrazón. ¿Qué ha sucedido?

Ha ocurrido que hemos ido perdiendo el timón que los dirige. Hemos lanzado a las aguas cenagosas de una laguna negra la brújula que la orienta No podemos hablar de la sociedad como un ente abstracto, o como ese cajón de sastre donde cabe todo y por consiguiente las responsabilidades se volatilizan. Hemos de indagar un poco más.

La familia se ha desentendido del niño, de lo que supone su crianza, que incluye no solo su sustento/alimento sino su Educación (en mayúscula). Su Educación en valores especialmente: respeto, solidaridad, integración, cooperación, esfuerzo, disciplina, superación, etcétera. A su vez, esos padres y madres no han sabido transmitirlo porque, sencillamente, ellos no han sido educados tampoco en esos valores. Esto viene de décadas atrás. ¿Y de dónde parte todo ello? De la escuela y los centros de enseñanza en general. ¿Y quién regula todo esto, lo planifica y lo "manipula"? Pues el Estado y toda la sucesión de volantazos que han provocado las ideologías varias y los distintos partidos políticos - con sus aciertos y contradicciones - a lo largo de cuarenta años. Uno de sus grandes logros ha sido el haber potenciado y diversificado los derechos del menor y por ende de la juventud, pero al mismo tiempo - el gran error- se ha descuidado completamente sus deberes. Por ello, el niño - luego adolescente y joven más adelante- se ha educado en la condescendencia y ha sido fruto del sobreproteccionismo y la indolencia. Muchos padres y madres han esperado a que sus hijos fuesen enderezados en la escuela y luego en el instituto, y, cuando el educador ha intentado inculcar ciertas laxas disciplinas, han asomado los padres aguerridos o las madres coraje para defender el honor de su hijo-a que ha sido amonestado, por ejemplo, por usar indebidamente el móvil en clase o por tirar papeles al suelo. Ya no hablo de insultar o agredir a sus propios compañeros. Al mismo tiempo, no se han ideado políticas de empleo, seguimos comprobando cómo la precariedad laboral y el desempleo siguen mordiendo a destajo a la ociosa juventud porque ya no les queda otra ocupación que el mismo ocio.

Pues bien, ¿alguien me puede explicar cómo podemos instarles a que se pongan la mascarilla? Ya sé que la maldita sinécdoque culpabiliza a muchos de los jóvenes responsables y, como suele decirse, pagan justos por pecadores, pero no puedo dejar de recordar los versos de Rubén Darío, que ahora cobran otro sentido: «Juventud, divino tesoro, ¡ya te vas para no volver!»