En agosto no suele pasar nunca nada o todo lo que normalmente pasa en agosto digamos que tiene su propio entidad y la actualidad habitual siempre se interrumpe en este mes y nos da una pequeña tregua que se agradece. Pero me temo que esta vez no conseguiremos despegarnos de la continuidad y agosto formará parte también de este lote de meses indistinguibles en los que se va dividiendo el año y, sobre todo, la opinión pública.

Hemos llegado a agosto sin que apenas se notara entre los meses sus diferencias, de marzo a hoy han pasado todos de largo, pero muy cortos, clonando los días y las horas, apelmazando la rutina en recuerdos que duran poco más que un suspiro. Y llegará septiembre sin que nos demos tampoco cuenta, sin vacaciones, ni soluciones ni casi turistas, y con pandemia y muy poca paciencia, llegará la hora de volver al colegio y todavía no habrá consenso de cómo ha de ser la vuelta. ¿Debería ser presencial o todavía telemática, debería ser mixta o flexible, como quieran los padres o como aconsejan los profesores o como dicten los que gobiernan? Será como sea, pero nadie quedará contento, eso seguro. Unos querrían haber tirado más para un lado, otros totalmente hacia al otro y la brecha de la polémica seguirá abriendo su enorme boca acercando el día en que finalmente nos trague a todos el agujero.

He oído y leído ya más veces la palabra 'septiembre' que 'agosto' en estos días. Y he decidido desconectar para poder darme un chapuzón que me salpique algo de vida. Demasiados meses nos ha robado ya el virus como para dejar que nos contamine también este, habrá que añadir a la mascarilla obligatoria unos recomendables tapones para aislarse del mundo durante al menos un mes, que ya vendrán a gritarnos los problemas que siguen donde los dejamos, con sus rancios discursos y emblemas.