Con el debido respeto, finalmente decidí titular así este modesto aunque muy sentido artículo, dedicado al actual rey de todos los españoles, Felipe VI. Al que en este no siempre afortunado país nuestro necesitamos hoy más que nunca. ¿Qué nos deparará el futuro? ¿Monarquía modélica parlamentaria, muy europea, casi de corte escandinavo, o republiquilla delirante salida de una novela del gran Gabo? «That is the question...»

El 2 de marzo de 2019 publiqué «¡Viva el Rey!» en estas páginas de La Opinión de Málaga. Fue un artículo que empezaba citando a Séneca, el más sabio de todos los andaluces de Roma y terminaba agradeciendo a Don Felipe VI su reciente ejemplo. Fueron dedicadas esas líneas a nuestro joven rey en agradecimiento por su gallardía y su lucidez. Valientemente demostradas en la defensa de los intereses de España. Cuya unidad estaba siendo amenazada por la reciente asonada del Fascio Catalán (en la muy apropiada definición del maestro Félix de Azúa).

«¡Viva el Rey!» ha sido también el título del impresionante artículo que otro maestro, Bieito Rubido, les ha ofrecido a los lectores de ABC en la Tercera del pasado martes. Es obvio que por respeto a este maestro de maestros no podía volver a utilizar el mismo título. Aunque así me lo pidiera el corazón.

Recuerdo que en mi inolvidable y lejana etapa norteamericana, cuando oficiaba como un joven profesor invitado de la Facultad de Administración de Hoteles de la Universidad de Cornell (Ithaca, Nueva York) tuve experiencias que me permitieron sentirme orgulloso de ser español. Desde aquel «Campus» glorioso, rodeado de bosques y lagos, la distancia difuminaba nuestros defectos y no pocas de nuestras carencias. Y eso sí, como suele ocurrir con los grandes vinos, los testimonios de nuestras gestas y nuestras genialidades, que también las tenemos, viajaban entonces muy bien. En gran parte gracias al que fuera nuestro Príncipe de Asturias y después nuestro Rey. Don Juan Carlos. Durante décadas nos fuimos acostumbrando no pocos españoles a las ventajas -siempre gratificantes- de tener un Jefe del Estado de cinco estrellas. Como el que tenemos ahora en la persona de su hijo, Don Felipe VI. A nosotros nos toca el aprender de él el complejo arte de trabajar civilizadamente en equipo. Por lo tanto€ ¡Viva el Rey!

Como no podía ser de otra forma, aprovecho esta oportunidad para reiterarle humildemente al Rey Emérito mi agradecimiento personal. En Madrid, el 24 de junio de 1989, día de la Onomástica Real, el entonces ministro de Turismo, Transporte y Comunicaciones me otorgó, en nombre de Su Majestad, la Medalla de Plata al Mérito Turístico. Inmenso honor para el humilde autor de estas líneas, que no había tenido otro mérito que gozar del privilegio de poder dedicarle su vida y su modesto trabajo al servicio de su país, España. Siempre agradeceré también a Don Juan Carlos I una feliz coincidencia. En el otoño de 2005, a propuesta del Gobierno de la nación, Su Majestad nos concedió a los que trabajábamos por entonces en la Escuela de Hostelería de Málaga -la famosísima «Cónsula»- la Placa de Oro al Mérito Turístico. La más alta distinción que el Reino de España concede en el ámbito del turismo nacional.

Somos afortunados los españoles de tener en estos momentos tan complicados a un gran Rey como Don Felipe. Por eso decidí incluir también en este artículo, como homenaje, otra cita de nuestro Séneca. Esta vez sacada de Thyestes, una de las grandes tragedias del maestro cordobés: «Un Rey es aquel que ha dejado a un lado el miedo y los bajos anhelos de un corazón malvado; al que la ambición desmedida y el favor voluble de la temeraria multitud nunca corrompen».