El otoño se acerca a Málaga andando por el Paseo del Parque sin hacer apenas ruido, después de un verano inaudito pero terco en su condición de perpetuarse en una urbe hostigada por el desasosiego causado por las últimas cifras de la tremebunda pandemia.

Es muy singular que esta estación se siga pronunciando con sinónimos tales como decadencia, ocaso, declive o caída. «Se diría que aquí no pasa nada, /pero un silencio súbito ilumina el prodigio: /ha pasado/ un ángel/ que se llama luz, o fuego, o vida. /Y lo perdimos para siempre», me versa el poeta Ángel González contemplando una Alameda Principal sin vehículos, realzando su traza decimonónica más aún si cabe y cortejada por el cadencioso deambular de los viandantes, quienes tras sus miradas expresivas modo tuaregs nos observan como si de la escultura de Hans Christian Andersen se tratase.

La ciudad se sumó una añada más a la celebración de la Semana Europea de la Movilidad que concluyó en la jornada de ayer. 'Por una movilidad sin emisiones', el Consistorio persigue promover el empleo de medios de transporte más sostenibles e invitarnos a su uso destacando los beneficios que genera para nuestra salud y el medio ambiente los recorridos a pie, en bicicleta o en transporte público. Muy recomendables. La capital malagueña, tras veinte años comprometida con esta iniciativa, desea despertar las conciencias en el momento de decidir una u otra forma de desplazamiento, tras la aprobación de la nueva ordenanza de movilidad el pasado día 18 de septiembre, documento que normaliza de forma íntegra «los medios alternativos al coche». Continuamos caminando por la plaza del General Torrijos buscando el atardecer que proyecta La Farola. El poeta contempla la bahía y me dice:«Si yo fuera Dios y tuviese el secreto, haría un ser exacto a Málaga». El otoño reanuda su paseo rebuscando la noche.