Lunes. Todos los cafés de París están cerrados. Parece el inicio de un poema. Lee uno la frase y la saborea: todos los cafés de París están cerrados. El sabor es amargo, claro. Leyendo semejante frase es ya difícil ponerse a buscar asunto para la columna del día. Todos los cafés de París están cerrados. Es como poner un candado a la ciudad. Como cerrar su alma. Me vienen recuerdos de París. Y de sus terrazas, claro. Siempre he visitado París en primavera. Caigo ahora en ello. Recuerdo un café a unos cinco o seis minutos del Arco de Triunfo en el que ponían las cervezas en unos vasos muy redondos. Supongo que era tan idiota que estando en París un sábado de primavera, con veinte años, tomando una cerveza, tendría hasta preocupaciones. Despacho la columna del día con este tema: una ciudad sin café. Me sale ligeramente, cafeinada, claro.

Martes. Leo una entrevista con Raúl del Pozo, del que dos periodistas, Julio Valdeón y Jesús Úbeda, han escrito una biografía. Solo por el título merece la pena y la inversión: «No le des más whisky a la perrita». Dice el gran columnista de estirpe umbraliana que siente aún el hambre de primera página, la ilusión de dar una noticia. A ser posible el primero. Y que se arrepiente de tanta farra y juerga, de su ludopatía, de haber perdido el tiempo. Personajazo. De sus columnas siempre se aprende. Habla en cheli de los clásicos. Se acumulan en los estantes las vidas de periodistas, Ruano, Jacinto Miquelarena, Del Pozo. A ver si ha nacido un nuevo género. ¿De qué gran periodista actual urge una bio ya?

Miércoles. «Utilidad de las desgracias» (Tusquets) de Fernando Aramburu. Acaricio el volumen. Son artículos literarios del autor de Patria. Aramburu no es solo Patria aunque ya solamente por Patria merece pasar a a la historia. Ya me estremecí con «Autorretrato sin mí» y con sus primeras novelas, prodigos de escritura. También con la cachonda «Ávidas pretensiones», ahí es nada un cónclave de poetas en un pueblo perdido. Abro el libro al azar. Página 117. Madrid otoñal. Dejo lo que estoy haciendo. Me fumo la mañana.

Almuerzo con Javier Noriega, historiador, arqueólogo, empresario. Cultísimo. En Eboka, Antonio, humanista, empresario, chef, sumiller, nos da una degustación de vinos prodigiosa (prueben el cava Pedregosa). Salgo tras la sobremesa de nutritiva conversación viendo la vida de otra manera, claro. Me hacía mucha gracia en esas entrevistas de cuestionario prefijado la pregunta de «¿Cómo es su fin de semana ideal?». El mío es que el que comienza en miércoles. Veo borroso a Ernesto Alterio en una película en la que hace de forense loco por los cómics. También sale Sbaraglia, muy desmejorado. Me paso a un documental sobre los alienígenas. No estoy nada seguro de que no estén entre nosotros. Le echo mano a los anacardos. Me gustaría escribir un poema titulado anacardos al anochecer. Escucho, o tal vez me lo parece, o quizás lo he soñado o a lo mejor no me he dormido nunca que han hecho una película de zombies sobre la Guerra Civil. ¡Madre de Dios!

Jueves. Entrevisto a Ignacio López Cano, diputado socialista en 7 TV. La entrevista es un género que se hace entre dos y cobra solo uno, decía el clásico. Según. No sé. Género difícil. Y más, al menos para mí, en formato audiovisual. Se debate uno entre ser agresivo pero no parecerlo demasiado. Incisivo pero no antipático. Se pasan los veinte minutos en nada. Yo lo que quiero es que no se me vea muy gordo.

Viernes. Estoy a las puertas de un chaletazo del Limonar. No sé qué hago aquí. Muy temprano. Veo que caen hojas de los árboles. Hojas típicas de árbol típico que se deshoja en otoño. Y es verdad. No miento. Caen hojas. Es el otoño en directo. No me lo invento. Cierto. Es todo un espectáculo. Caen y caen.